domingo, 28 de noviembre de 2010

Entendidos mal paridos


María Guadalupe
Él dice que nunca me entendió mal. Que yo le dije que el gas vencía mañana pero jamás le pedí que pasara por el banco a pagarlo. Que yo le hablé en algún momento de la peña con las chicas de la secundaria aunque en ningún momento le conté que era este viernes. Este viernes. Justo este que él había organizado asado con sus papás. Que me va a crecer la nariz si le sigo jurando que le avisé que había llamado José el lunes al mediodía y que culpa mía se perdió el “fulbito” con los pibes.
Yo le digo que sería más fácil si en vez de decirme a todo que sí, escuchara lo que le digo. Él retruca: cuando decís eso me hacés acordar a tu mamá. Siempre estas conversaciones terminan igual, frase repetida: ¿ves que nunca entendés nada?, y portazo de postre.


María Julia

Los malos entendidos no existen, o por lo menos yo no creo en ellos. Para mí sólo se trata de un invento social para salir de algún aprieto; soy testigo de ello porque lo he practicado varias veces.
A veces sin quererlo, me iba convenciendo a mi misma, para terminar diciendo la frase ya conocida: “noooo, entonces te entendí mal. Seguro que fue sólo eso: un malentendido”
Si, si. Lo he dicho; cuando la situación de a poco se me ponía en contra y de alguna manera debía quedar como la imbatible de Susana, antes de perder la batalla. Que generalmente empezaban con mi incontinencia verbal para guardar, lo que vulgarmente se conoce como, algún chusmerío. Con el tiempo aprendí que los malos entendidos no son necesarios si los chismes quedan entre amigas.


María Albertina

Nadie pretende que se bañen con un balde. Tampoco que dejen de comprar libros o ropa. La maldita costumbre de ver todo en blanco y negro nos juega en contra incluso a los ecologistas. Y es que tener conciencia no es sinónimo de sumirse en privaciones, aunque muchas personas lo perciban de esta manera. ¿Será la publicidad omnipresente que fomenta el consumo y desatiende las necesidades la que imparte el mal entendido? Quien sabe. La regla de SER según lo que compro no admite grises intermedios. O eres cool o no existes, no hay siquiera una palabra para oponer a moda. Sólo podemos decir que estamos fuera. Que es como decir excluidos. Inadaptados. Negros. Invisibles.


María Carolina

En el cole, de vuelta a casa. Una mujer y su amigo conversan, sentados delante de mí. Él cuenta sus desventuras con una dama que no contesta sus llamadas:
-Pero pará un poquito: ¿Vos le dijiste que tenías novia?
-Eh… Decirle, decirle, no. Pero se lo di a entender… Y fui muy explícito.
-Ahá –asiente ella, alargando la última letra. El tiempo justo para pensar la siguiente frase y largarla:- ¿Pero muuuuy explícito?
-Mirá…Hablábamos de tomar algo. Un café, una cerveza, daba igual. Le dije que no podía, que tenía otro compromiso.
Ella lo mira, con gesto de no entender demasiado. Es como si esperara que continuara hablando. O al menos yo quisiera que termine la idea con algo sensato, aunque en el fondo lo dudo. No sé qué habrá pensado ella, pero por sus gestos se me ocurrió que hasta habrá pasado por su mente la posibilidad de azotarlo contra la ventanilla.
-¿Y entonces?
-Y entonces, nada. Le dije que la llamaba.
-Claro –asiente la amiga, un poco ofuscada ante la situación.- Seguramente, después de 3 semanas sin saber de vos, la “dulce Penélope” tal vez tuvo algo mejor que hacer antes que tratar de entender tus mensajes entre líneas.
Por suerte, mi parada era la siguiente. Sino, quizás intervenía en la conversación.


María del Pilar

Las mujeres somos histéricas. Y me incluyo, claro. Vivimos sospechando del resto del mundo, muy pocas cosas nos convencen totalmente, y la mayoría de las veces tenemos un “pero” para todo.
Hay situaciones en las que no nos entendemos ni nosotras mismas. Si nos invita un hombre a salir y en la cita no pasa nada, no le caímos bien. Si este hombre intenta algo más, es un zarpado, desubicado, animal sexual. Si nos llama todos los días, se pasa de pesado, pero si desaparece por una semana es el peor del mundo. Si nos mira cuando hablamos, nos está analizando demasiado, ahora…si no nos presta atención, armamos un desplante en pleno restaurante.
Después nos deprimimos, lloramos, nos atascamos a chocolates, nos encerramos a mirar películas de amor, lamentándonos por lo que pudo haber pasado. Le echamos la culpa al hombre, que no supo entender lo que una pretendía de la cita ideal, pero muy pocas veces hacemos la autocrítica correspondiente.
Y a medida que crecemos, los complejos y los malos entendidos se acrecientan en todos los ámbitos. Solemos ser intolerables con los compañeros de trabajo, reaccionar desorbitadamente ante un vuelto mal dado, o hasta enojarnos con la cinta del gimnasio porque no marca los verdaderos kilómetros caminados.
Somos un género difícil, chicas. Se han escrito libros enteros sobre el comportamiento femenino, pero no hay conclusión definitiva.
Que nadie queme más pestañas tratando de entender a las mujeres, al fin y al cabo en el fondo disfrutamos de nuestra histeria.
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domingo, 14 de noviembre de 2010

Asuntos privados en baños públicos


María del Pilar
El mejor sexo de mi vida lo tuve en el baño de una estación de trenes.
Cuando escuché la oferta me pareció un delirio, pero después los ratones pudieron más y terminé en un habitáculo de 2 metros cuadrados. Con la adrenalina a flor de piel, las risas cómplices por lo bajo, los besos rápidos y lo que viene después. Una experiencia única, altamente recomendable.
En ese momento te olvidás de las paredes escritas con declaraciones de amor, el agua que corre por todo el piso y de que antes que uno pasaron cientos de personas por el lugar donde vos ahora estás totalmente desojada de ropa y de prejuicios.
Cuando todo termina, te vestís a años luz, tratás de acomodarte el pelo lo más decente posible y espiás por la hendija de la puerta para confirmar que no haya nadie.
Salimos sin disimulo de ese baño que por poco más de media hora dejó de ser público para convertirse en el lugar más íntimo del mundo.


María Guadalupe
Mi maridito dice que soy delicada. El olor a pata me resulta insoportable. Encontrar un pelo en la comida es como ver una cucaracha. La bombilla del mate cuando pasa por bocas desconocidas me da cosita. Cada vez que junto la caca de mi perro arrugo la cara con exageración. Y la vez que un nene vomitó en el colectivo, yo me bajé en la parada siguiente de las nauseas que me causó ver la cochinada.
Obvio que con este grado de histeria ir a un baño público es lo peor que me puede pasar. Claro que los visité sólo en ocasiones de desesperación. Recuerdo el día que viajamos casi doce horas corridas rumbo a Jujuy. Salíamos de vacaciones. Decidí ir al baño de una estación de servicio porque temía que sino explotaría mi vejiga.
Al entrar abrí la puerta y traté de aguantar el aire. No pude. Después de revisar todo el lugar elegí meterme en el más limpio. O el menos sucio, según el punto de vista. Si algo me revienta es que las mujeres dejen así, tan a la vista, las toallitas femeninas. Me saca. Hacer pis cuando una le tiene idea al inodoro es deprimente. Hay que tener un equilibrio de circo para no caerse, no tocar los bordes, no mearse encima.
Al momento que solté las primeras gotitas pensé que estaba mojando el jeans. Me quise acomodar. El piso estaba mojado. Resbaloso. La mano no libre no encontró lugar donde afirmarse. La puntería se me fue al diablo.
Terminé desparramada en el piso, con los calzones por la rodilla, meada, y abrazada al inodoro inmundo como si fuera un salvavidas.


María Julia
Los baños públicos han servido en mi vida para muchas cosas; desde un rapidito, hasta el lugar perfecto para contar confesiones a alguna amiga. Sin embargo los detesto y no debe haber en el mundo un lugar al que aborrezca tanto ir cuando mi cuerpo ya no aguanta. Pero sobre todo maldigo los baños de los boliches.
Es que no hay peor cosa que la mugre generada por el alcohol consumido; y me ha pasado el de no estar en las condiciones optimas para hacer la pirueta del cuatro con las piernas; y por ende esforzarme sobrenaturalmente para hacer pis en cuclillas y no ensuciarme con nada.
Pero lo que más detesto y lo he visto en varias amigas; es ese capricho por tomar de más y después lanzar (literalmente) un rosario de bebidas.
Y aunque así no fuera, aunque el baño público de un boliche tuviera olor a rosas, me seguiría desagradando.
¿Será una especie de fobia?


María Albertina
Mi vejiga es como yo, tiene pocas pulgas. Una, dos y ya está; otra vez tengo que ir al baño. En el primer viaje que hicimos cuando mi novio se compró el autito nuevo, pensé que iba a terminar tirada en la banquina. Y es que a los 800 kilómetros ya lo había hecho parar en tres estaciones de servicio. El pobre descubrió ahí, que un viaje conmigo es peor que con un nene de seis años que se la pasa cuánto falta, cuándo llegamos, cuánto falta.
Que si son baños públicos, me importa un comino, en la facultad, antes que el título, conseguí un master en como mear parada y no mojarse en el intento. Y ni les digo de la veces que me tocó usar baños totalmente insalubres en algún congreso ecologista hecho de rompe y raje en un lugar poco apto, ahí aprendí a respirar lo justo y necesario para oler lo menos posible.
La intolerancia de mi vejiga, es el tema preferido de papá cuando habla de las vacaciones. El chiste eterno de mis hermanas. El peor de mis karmas.


María Carolina
Soy de las que resisten hasta el final. Concentro todo mi esfuerzo en soportar lo máximo posible hasta evitar ir a un baño público. Bar, restaurant, o lo que la ocasión social amerite: los baños son todos iguales, pertenecientes a un universo paralelo al que habitamos. ¡Se podría escribir un libro!
Los hay limpios a más no poder, muñidos de fragancias exquisitas, desbordando de buen gusto en la decoración. En el otro extremo, se ubican los que apenas tiene puerta y, en caso que las tengan, no funcionan las cerraduras. No siempre tienen papel, que corra agua por ese inodoro es cuestión de suerte y los papeles adornan el piso, convirtiendo todo en un ambiente poco recomendable.
En otra sección, aparecen los que improvisan un baño en cualquier rincón. Pintados, limpios, decorados: son habitables, pero ese no es el punto. ¿Cómo reconocerlo? Metida ahí, una tiene la horrible sensación de que esa pared (por llamar de alguna forma al divisorio que nos separa de la cocina) caerá en cualquier momento. Mientras eso no suceda, podremos seguir escuchando la conversación al otro lado… como si el resto de las personas, estuviesen ahí, conmigo, compartiendo el habitáculo.
Eso sí. Yo resisto, resisto, pero cuando tengo que hacer uso siempre recuerdo la frase de mamá: JAMÁS sentarse en el inodoro de un baño público.
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