domingo, 26 de diciembre de 2010

Costumbres Navideñas (sin nieve ni Santa Claus)


María del Pilar
Cuando Huerto era pequeña nos gustaba pasar la Navidad en el campo. Para que ella disfrute el aire libre, pueda correr por donde quiera sin peligros, y sepa que existe la vida más allá de la autopista.
Pero este año está totalmente negada. El único verde que quiere ver es el de las luces de algun boliche teen, y cambió el arrullo de los pájaros por el reggeaton. Ya no le gustan los moños ni los vestidos largos, ahora solo se viste con chupines y osa pintarse con mi maquillaje.
Su padre, mi ex marido, se va a Punta del Este para las fiestas. La nueva mujer, 15 años menor que el, decidió que el extra brut uruguayo es más rico que el nuestro. Y parece que el panettone trae mas frutas. La miel de los primeros años….pronto se transformara en limón. Ja.
Así que no tenemos grandes alternativas para estas fiestas que nos acarician las espaldas. Antes que nada destinaremos tiempo y dinero en nuestros regalos navideños.
Después de todo, de eso se trata. De una excusa más para invertir en ropa, zapatos y accesorio… obvio que sin pecar: nunca un outlet.
Y el resto vendrá solo. Cenaremos con Huerto en algún lugar que nos permita disfrutar de los artificios, y brindaremos para que el próximo año sea tan bueno como este.
Piquete al mal gusto, sobredosis de Tucci, litros de perfume importado, que vivan los
shopings y destilemos glam…


María Julia
Todos los años empieza desde finales de noviembre la euforia por la llegada de las fiestas; pero sobre todo por el festejo de la navidad.
Aunque a muchas nos gustan esta época, o por lo menos no nos disgustan, las que más padecemos toda esta locura somos como siempre, las mujeres. Supuestamente nosotras somos las encargadas de que la casa este “espléndida”. En mi caso por ser la mujer de la casa, soltera y anfitriona, debo soportar parecer modelo de revista, cosa de que mis tías se guarden los comentarios desubicados. Esto implica depilarme, peinarme, maquillarme y varias otras cosas, como si el arbolito de navidad fuera yo y no él verde que pongo en la esquina.
Sin embargo debo confesar que tanto arreglo surte efecto, y no se si será: por el alcohol en la sangre, los festejos, o ver a tantos hombres en camisa con las mangas arremangadas, pero hay algo en el aire que hace todo distinto.
Y después de haber quedado hermosa como muñecas de torta, si dejamos de lado por un rato nuestras luchas de género, seguro volvemos a casa con un lindo ejemplar del otro sexo.
Chin, chin Feliz navidad!!


María Albertina
Yerberas en el centro de la escena… ¿Se les ocurrirá, alguna vez, a los ecologistas, empezar por cambiar la imagen? Tantos presidentes, asesores y científicos no parecen hacer la diferencia, así que propongo algo más tajante: este año, en lugar del clásico pino de plástico, adornemos una linda maceta con flores y coloquemos alrededor los regalos. A ver si así, por lo menos en casa, conseguimos copar un poco de dióxido de carbono, porque a esta altura ya veo –igual que todos- que en Copenhague mucho no se va a lograr.
Eso sí, seamos realistas. Una cosa es estar a favor del medio ambiente, otra es caer en la exageración. No es que tenemos que regalar “piñones” como los Peques. Podemos aceptar envoltorios de papel reciclado o tarjetas biodegradables, pero nada de obsequiar semillas. Entiendan, mi “listita” ya está en el correo y, ahora, después de un año en el que me porté bien, comí muchos cereales, algo de verdura, muy poca carne, separe la basura aunque nadie me lo pidiera y hasta fui a misa un par de veces, creo que nadie puede negarme esa cartera de cuero que me tiene loca!! (Total, seguro que no me compro otra en muchos años).


María Carolina:
El mismo baile. Primer día de diciembre y ya tengo urticaria: que suegros, cuñados; que el novio de mi hermana, que el marido de la otra. De nuevo la misma cantinela a la que me tiene acostumbrada el mes 12. Y me convenzo: llegan las fiestas y los hombres que me rodean siguen siendo los mismos tipos que han sido durante el resto del año, pero en una carrera desesperada por incrementar sus defectos.
Como “soltera empedernida” que soy (y siempre aclaro: no por decisión propia, sino por la de los hombres), ninguna de esas preocupaciones comunes me afecta. Y si: no tengo suegros ni pareja con quien dirimir estos conflictos propios de las festividades de diciembre.
“Qué suerte tenés, María Carolina”, me dijo una de mis hermanas apenas entrado el 1º de diciembre. “No tenés un marido con el cual tener que organizar durante 15 días si pasás navidad acá o allá o si cocinan vos o él”. Yo la miré con cara de compasión, acaso dándole a entender que tiene razón, que yo no tengo un marido como el de ella que se pasa quince días haciendo gestos propios de Romeo, en un intento afanoso por dilatar el tiempo y terminar tomando la autodeterminación el 23 a la tarde de cenar en casa de su propia madre al día siguiente.
Fueron 20 días en los que escuché hablar sobre el mismo tema, lo que me obligó a involucrarme lo menos posible en el asunto. Caso contrario, corría serios riesgos de que cinco días antes de la navidad reaccionara a algún comentario de mis hermanas con una respuesta mordaz y sincera (porque es seguro que una parte de mí lo piensa) del tipo: — “¿Sabés qué? Estoy harta de escucharte hablar de tu marido, tu suegro y tus cuñados. Está clarísimo que para los malditos egoístas tu opinión, tus prioridades y tus ganas corren en el último puesto”. Apenas pronunciada la última palabra mi hermana, quien es especialista en elucubrar comentarios sobre todo lo que no soy y lo que no tengo, habría comenzado a darme cátedra acerca de la vida en pareja y la necesidad de ceder en algunos casos. Claro. Ella, que tiene un Magíster sobre “Como ceder con una sonrisa en todo lo que mi marido considere importante los 365 días del año”.
Es inevitable; llega diciembre y todo sigue igual. Así, las cenas me verán sentada a la mesa familiar, cercada de parejas felices que pasaron los últimos 15 días discutiendo por los planes para esa noche, pero que hoy me rodean con una mezcla de frases acarameladas y besos indigestos, entre bocado y bocado de pollo relleno.
A veces, la vida me da pruebas (someras, pero pruebas al fin) para que, sin la ayuda de nadie, aprenda a disfrutar de mi estado de soltera empedernida.


María Guadalupe
Cuando era chica yo creía en Dios, así con mayúsculas. Porque creía en la abuela y en la historias fantásticas que ella repetía de esos libros que había sobre su mesa de luz. Para Navidad armábamos juntas el pesebre bajo el arbolito. Era emocionante dejar la cuna vacía hasta el 25 que nacía Jesús. Y un poco aterrador. La nona contaba que cuando un señor llamado Herodes se enteró por culpa de unos magos alcahuetes de que Dios iba a nacer en Belén, mandó a matar a todos los niños menores de dos años.
María estaba ahí toda de porcelana, con las pupilas de los ojos mal pintadas y yo le decía apurate-apurate antes de que los encuentren. Me preguntaba también porqué no le había crecido la panza si al final ya era sabido que los bebés no salían de repollos. En fin, me daba pena. No era más que otra madre soltera embarazada del espíritu santo. Yo conocía a varias por entonces. Para consolarla le ponía una mula sobre la cuna, al menos para que ese hueco a mi no me molestara.
A la noche en la cama rezaba por el niño Jesús. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, y ni bien nazcas el 25 andate rápido de Belén y si te queda de paso traéme la Barbie nueva que tiene el vestidito de princesa amarillo. Amén.

Leer más...

lunes, 13 de diciembre de 2010

Aunque el diario no hable de eso…


María Albertina
Vivo de las sobras. Consumo las noticias que otros ya vieron, razonaron y sometieron a disección hasta convertirlas en una verdad deforme.
Para cuando llego a casa, después de trabajar ocho horas seguidas y pasar en clase gran parte de la tarde, sólo tengo a disposición noticias masticadas.
Lo que para el mundo fue primicia que nació, tomó forma y finalmente se develó, a mi se me aparece como demonio de cinco cabezas, donde la cara depende del canal que sintonice.
Igual, estoy convencida que la noticia del día es la que no se dice. Habrá excepciones, pero casi siempre lo que de verdad importa no llega a la agenda de los grandes medios. O es prohibida, como en este caso.

 
María Carolina
Parecía que iba a ser un día más en la oficina. Un día calcado a otros, con las mismas discusiones e idéntica rutina laboral. Pero no.
La novedad corrió más rápido que nunca. En cinco minutos sabían desde el de la mesa de entradas y el telefonista, que están ubicados a la entrada del edificio, pasando por los chicos de la cocina y el director.
Hace al menos 15 años que Mariquita viene formando parte del personal de la oficina. Agradable, considerada con todo el mundo, simpática, buena gente. Nunca se le conoció un novio/amante/marido en su vida. Hasta hoy, que apenas entró largó la noticia que traía atrapada en su garganta:
-“Chicas, el viernes conocí un hombre. Es el hombre de mi vida… y les tengo que contar algo” –hizo una pausa, como tomando aliento para continuar hablando. Durante ese segundo, pensé que lo que había dicho ya era una noticia en sí misma. Pero no tuve mucho tiempo más para meditar, ya que el “nos vamos a casar” de Mariquita me interrumpió abruptamente. Nuestros gritos de alegría se sintieron en todo el edificio.
¿Será que a todas nos toca, alguna vez?


María del Pilar
Qué decepción, qué desolación, qué tristeza. Cuanta amargura. Preferiría haber vivido en la ignorancia antes de enterarme, y encima de una manera tan cruel. Estoy segura que la yegua de Bernarda me lo contó porque sabía cómo me iba a poner, una noticia así le baja la autoestima a cualquier mujer, sobre todo si hace años que estás sola en la vida….
No puede ser gay. Si cuando hacía los abdominales no sacaba los ojos de mi short. Me miraba fijo, levantaba mi ánimo con una caricia en el lugar ideal. Le encantaba charlar de moda y era la compañía ideal.
Yo ya tenía pensado tirarle un par de indirectas cuando venga para la rutina de esta semana. Decirle que la pasaba muy bien, que me encantaba hacer gimnasia con alguien tan interesante y masculino. Hasta estaba en mis planes invitarlo a cenar.
Pero la noticia llegó y es tan certera como que lo vieron en el bar a los arrumacos con otro tipo. Parece que estaban muy felices. El personal trainner había salido del closet, y mi corazón se derrumbó cual planes de love story con el musculoso.


María Guadalupe
Todos los mediodías, antes de servir los platos calientes a la mesa, mamá apagaba el televisor. Decía que si miraba el noticiero -tiros, sangre, muerte, corralito, piquete- después no podía hacer una buena digestión. O peor: quedaba inapetente.
Yo nunca estaba de acuerdo. Quería saber qué pasaba en ese mundo tan lejano que es Buenos Aires. Porque sí: los que vivimos en el interior nos desayunamos de noticias que no nos tocan: embotellamientos en calles por las que nunca anduvimos, lluvias que acá aún no llegaron o ya pasaron, escuelas tomadas que nos son las nuestras.
Pero en casa, el tele Philips se apagaba sin debate democrático. Pum, se hundía el botón y chau señal. Será por eso que las noticias del día para mi familia eran las que no salían publicadas en ningún lado. Hablamos de cosas chiquitas, de la vecina que ganó la quiniela, de la prueba de mañana, de lo caro que estaba el aceite, de la nona que había perdido los lentes. Ahora que lo pienso me doy cuenta que por eso quizá siempre me gustó tanto Eclipse de mar, de Sabina
En aquella casa, el diario, ni la tele, ni la radio, hablaba de lo más importante


María Julia
La noticia del día, hoy, era la misma de todos los días: muertes, choques, tragedias, vandalismo y un sin fin de sinónimos que hoy aparecían como portada; algunos optaban para enfatizarla mostrar algún muerto, un poco de sangre o lo que fuera necesario para generar que ese momento, se transforme en algo un poco más morboso.
Las noticias, cargadas de intenciones se me arrojan a la cara, me despiertan a veces, pero casi siempre me atacan en esos momentos en los que ilusa intento informarme.
Habrá sido eso lo que me impulsó, como trapecista a pegar el salto y con un envión apagar todo: radio, televisor y hasta celular.
Y sentarme al fin, para terminar de despertarme sin más que una taza de café, los pies estirados en la baranda del balcón y "El segundo sexo" de Simone

Leer más...