domingo, 19 de septiembre de 2010

Confesión de parte


María Guadalupe
Debería haberle mentido.
Para qué contarle de mis malas palabras. Qué tan perjudicial es para la salud olvidarse de rezar por las noches. A quién se lastima cuando se envidia la mochila rosa de la vecina de banco, más que a una misma. Porqué está mal contestarle a la maestra si nos reta injustamente. Quién tiene la culpa de este carácter chinchudo de mierda.
En ese momento no me hice todas estas preguntas. Y escupí sin filtro mi lista recontra pensada de faltas ante el cura. Hasta me disculpé por saltar arriba de un hormiguero y matar a una infinidad de hormigas coloradas (que cómo pican!).
Esos tres larguísimos rosarios de castigo no sirvieron de nada. O sí: ya era una ovejita más en el rebaño de Dios que arreaban por el buen camino. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Ahora pienso que debería haberle mentido al Padre Santiago. Sentirse pecadora a los ocho años es de una ridiculez precisa. Y tiene un peso incalculable por los siglos de los siglos, sin amén.


María Julia
Mi primera confesión no fue con el cura de la Iglesia que estaba en la esquina de mi casa. Ya que debido a mi ateismo era muy probable que no me dejaran confesarme; aunque hoy sé que no hubiera sido correcto revelar mi “pecado” con otra persona que no sea la involucrada.
Por lo que abrumada por llevar la carga de haber engañado, junté valor y me decidí a hablar con él. Lo miré de frente y se lo dije, y aunque en un principio la idea no era victimizarme; mientras las palabras empezaban a salir de mi boca, mi actuación iba ascendiendo.
A tal punto que termine echándole la culpa a él por haberlo engañado, aunque en el fondo un poco de razón tenía, es imposible seguir adelante con un hombre extremadamente machista, soberbio y celoso.
Así fue, mi primera y única confesión, con el tiempo aprendí que a algunas cosas hay que charlarlas con uno misma. Porque más difícil que enfrentar al cura, es enfrentar al novio que en unos segundos pasara a ser el EX.


María Albertina
Mi primera confesión ante un cura fue un acto de reverenda estupidez. Tanto nos machacaron con hablar sin miedos, no guardarnos nada, enfrentarnos a nuestros defectos y un sinnúmero de acciones que promovían la culpa y el sometimiento, que cuando me tocó arrodillarme en el confesionario no tuve mejor idea que decir la verdad.
Turbada por la magnitud del momento, la inocencia de mis nueve años reveló: “Me arrepiento de odiar a los que talan árboles y maltratan a los animales”.
Y el cura –pude verlo- se sonrió.


María Carolina
Éramos chiquitos, con alguna diferencia de edad pero crecidos a la par, casi como hermanos. Mi primo Fede hacía casi todas las cosas que yo le decía. Algo así como que yo era la autora intelectual de la mayoría de las “hazañas”.
Los proyectos eran diseñados minuciosamente en mi cabecita de diez años, y Fede los llevaba a la práctica con una perfección excepcional.
Allí estaba él ese domingo, esperando por su primera confesión en la iglesia. Lo había instruido sobre todas las cosas que debía contar. “No tenés que olvidarte de decir nada, porque el padre Francisco siempre se entera de todo”, le había asegurado.
Pasaron unos diez minutos en los que esperé sentada en un banco cercano, hasta que las risas empezaron a llegar una tras otra. La sotana del padre se asomó entre el confesionario; Fede asomó también, con un gran gesto de disculpas expresado en su cara.
El padre Francisco llegó hasta mí y, con una mirada tierna que buscaba en algún lugar algo de seriedad, me dijo: “María Carolina, no es bueno que alimenten a los pajaritos de la cuadra con las hostias sin bendecir. La próxima vez, pedile a Fede que me pida migas de pan.”
Y ahí nomás, nos mandó a rezar tres padrenuestros.


María del Pilar
El pañuelo de raso me está ahorcando. Se corrió el rímel de mi ojo izquierdo. Tengo la garganta seca. Necesito mi dosis de nicotina. Hay olor a Mary Stuart, y mucha mujer jorobada alrededor. Me duelen las piernas…. ¿hasta cuándo tengo que estar arrodillada?? Ay ay ay, no me acuerdo el Padre Nuestro. Desde una ventanita hay alguien que me mira, me hace seña con la mano para que vaya hacia allí. No me animo. Empujo suavemente a Huerto para que arranque ella. Y me cierro el tercer botón de la camisa porque creo que despisté a cierto sujeto. Huerto sale y me mira con complicidad, como animándome a dar el primer paso. No puede creer que su madre nunca se haya confesado. Esta vez no te voy a decepcionar, hija, ya me aprendí de memoria la lista de pecados y marqué en los que incurro asiduamente. Hago la señal de la cruz (con la derecha, me recuerda ella), y ahí vamos. Que sea lo que Dios quiera.

3 comentarios:

Lady dijo...

La última (y creo que única) vez que me confesé, estaba tan nerviosa que no sabía que decir. Además, convengamos que a los 8 años no tenemos muchos pecados que contar!

Y coincido con María Julia, nada peor que confesarle a un novio que va a pasar a ser un ex. Muy duro.

Besos Marías!

Anónimo dijo...

Chicas, la confesión de los pecados de pequeñas, que ni sabíamos nada! Pero, era mandato hacerlo.
María Julia, el hombre machista, soberbio y celoso, las tiene todas juntas, asi que es más fácil confesarle el fin, por el motivo que fuere.

Besos para ustedes!

lady baires

Otras Marías dijo...

Jaja. Concuerdo con las dos Ladys, es difícil confesarle a alguien que esta por pasar a tu historial de ex; pero esa vez me ayudo el recordar como era él en día a día.
Saludos Lady y Lady Baires
Ma. Julia

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