domingo, 5 de septiembre de 2010

Encuentros del tercer tipo


María Carolina
Salí tras una librería perdida, en una zona de la ciudad por la cual casi nunca suelo andar. Era el cumple de mi amiga Vero y quería regalarle algo especial: una vieja edición de su libro preferido.
Caminando esas callecitas desconocidas para mí, llegué al lugar en donde me encontraría la sorpresa de mi vida. Rodeado de libros, entre estantes repletos y mesas atiborradas de palabras, estaba ÉL. El paso del tiempo no había hecho mella en su belleza, las canas le sentaban de mil maravillas, sus ojos negros se mantenían aún tan vívidos como antes y la sonrisa era la misma que recordaban estos ojos que, atontados, no podían dejar de observarlo. Francisco: mi profesor de literatura de cuarto año de la secundaria. Un bombonazo precioso que ante mis ojos de adolescente de 16 años resultaba el tipo más atractivo del mundo.
Ninguno de los eternos seductores que lograron, tarde o temprano, encantarme con sus frases hechas, pude llegarle ni siquiera a sus talones. Él estaba más allá del bien y del mal: por él conocí a los mejores relatores de historias y las poesías asomaron en mi biblioteca de adolescente. Francisco, el inalcanzable, el de la palabra justa, era el único tipo que jamás me traicionaría.


María del Pilar
No estaba convencida de acompañar a mis amigas al encuentro de solos y solas que organizaba una cadena de hoteles. Siempre ese tipo de citas obligadas me parecieron patéticas. Pero no había grandes planes para la noche de viernes, así que entre fumar un cigarrillo sola en el patio y hacerlo con las chicas mientras disfrutamos la vergüenza ajena, opté por lo último y fui con ellas.
Había hombres para todos los gustos. Los que se perfumaron hasta el nudo de la corbata, los que intentaron un look casual pero murieron en el intento, los que se peinaron con gel y los que no tenían pelos para peinar. El tímido que nunca se paró, el centro de la fiesta, los galanes, los anti galanes y los que miraban por sobre el vaso de whisky, seduciendo cuanta cosa pululaba por el lugar. De todo, como en botica.
No la estábamos pasando mal, al fin y al cabo nunca encontramos en este tipo de fiestas nuestra media naranja. Hoy no sería la excepción. Fuimos por diversión y sin grandes expectativas, pero cuando la noche estaba llegando a su letargo, se arruinó totalmente. Ahí estaba Miguel, mi ex marido, en el medio de la pista, bailando lentos con una nena, apenas unos años más grande que Huerto. Sentí que la vena que cruza el cuello resaltaba en la piel, las miradas de los conocidos en mis hombros y las susurradas por debajo explotaban en mis oídos. Le di la espalda a tan calamitosa escena, hasta que una mano conocida intentó acariciarme el cuello. La quité con las garras de una leona, me paré y huí de ahí. En el camino a casa me indigné, lloré, reí mucho y me consolé pensando que lo mejor fue separarme de un tipo así. Pobre Miguel, qué triste es no bancarse la soledad dignamente, qué triste.


María Guadalupe
- Con doña Josefa.
- Pero no la conozco, mamá.
- ¿Cómo no? ¿Te acordás de Claudita, que iba con vos a la escuela?
- ¿Claudita Rivas?
- No, la hija de la portera, que vivían acá en la otra cuadra.
- Ella era más grande que yo.
- Bueno, pero iban a la misma escuela, ¿o no?
- Sigo sin saber quién es Josefa.
- Escuchame: la mamá de Claudita, la portera que se llamaba Inés, tenía una hermana. Capaz te acordás: trabajaba en el almacén de Don Tito.
- No me acuerdo.
- Sí, la que vestía siempre de negro porque quedó viuda de joven. Que los domingos pasaba con el canasto de la limosna en la misa.
- No me acuerdo. ¿Y Josefa?
- La cosa es que esta hermana de Inés una vez me vendió un numerito de una rifa que organizaba la Iglesia para juntar fondos porque una tormenta tiró abajo el techo de la capilla del barrio…
- Ay mamá por favor, andá al grano.
- Bueno: yo gané el premio de la rifa. Vos eras muy chiquitita. Era un pasaje para dos personas para ir a la Virgen de la Medalla Milagrosa.
- Ponele.
- Tu padre no me quiso acompañar, así que fui con la tía. Y te llevé, claro. En el viaje vos ibas de asiento en asiento y alguien tuvo la mala idea de regalarte un caramelo. De esos, cómo se llamaban… sí: los media hora. Te ahogaste. Ay qué susto, qué desesperación. Te puse patas para arriba y después de varias palmadas te lo hice escupir.
- ¿Y Josefa?
- Fue la que te dio el caramelo. Le duró tanto la culpa que por años te trajo regalos para tu cumple. Hasta que se fue a vivir a otra ciudad. Y esta mañana vino de visita, la encontré en el super.
- Mami, sería tan práctico que empieces a contar las historias por el final…


María Julia
-¿A que no sabés con quién me encontré? Me dijo Ana.
Yo obvio que no tenía ni idea de que me hablaba; mucho menos me iba a imaginar que esa persona que se había cruzado era ni más, ni menos que mi Ex..
-No sabés, está cambiado. Se ríe, hablaba de todo un poco, ahora estudia y trabaja.
Mientras Ana me contaba, una vocecita interior me hablaba del pasado: “Pensar que cuando salía con vos no quería compromisos; y pasaba de bohemio a dejado de un momento a otro. Sin hablar de sus aires de machista que terminaron arruinando la relación.”
-Está hecho todo un hombre- seguía repitiendo Ana.
-Julia ¿me escuchás?- gritó ella. –Si, Ana, pero como estabas hablando pavadas no te seguí el tema.
Ya no me interesaba nada que tuviera que ver con él, y toda esa conversación sólo se reducía al comentario de: ¿a que no sabés con quién me encontré?


María Albertina
Debe ser de algún golpe en la cabeza. O pura incapacidad. La cosa es que siempre disocio a las personas que recién conozco: o me acuerdo de la cara o retengo el nombre, las dos cosas: No.
Cada vez que empiezo una oración diciendo ¿sabés a quién me encontré? Termino haciendo de mimo en un intento por explicar el color de pelo, la altura, el lugar donde lo conocí, la relación con esa persona. Mis amigas se arman de paciencia. Empiezan a tirar datos hasta que dan el blanco. Jamás soy yo la que dice el nombre por primera vez. Es sintomático. Frustrante.
Lo mismo me pasa al revés, hay veces que recuerdo el nombre pero ni idea de cómo es físicamente la persona. FB es mi enemigo en esto. Tengo los pedidos de amistad pendiente durante meses, hasta que se me ocurre preguntarle a alguien si no es también conocido suyo, o veo algún comentario en otro perfil y logro hacer la asociación.
Soy un desastre, lo se. Pasó eternamente por inadaptada, mala onda, asquerosa. Me reclaman el saludo, no caen en la mentira de que soy miope. Y por supuesto, nadie cree mi verdad: que soy incapaz de recordar nombre y cara, todo al mismo tiempo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

M.Carolina: Cómo te marca a los 16, el conocer a alguien interesante.
M. del Pilar: Una situación horrible. Entiendo lo mal que te habrás sentido.
M.Guadalupe: Caramelos media hora, aún recuerdo ese sabor tan especial. Típico de madre, contar historias con esa memoria de elefante que las caracteriza y hacerte las cosas re largas, jajja.
M. Julia: Un embole cuando te empiezan a contar detalles de alguien del pasado que ya ni registrás hace mil.
M. Albertina: Y yo que soy un despiste le cambio los nombres a la gente! Por ahí te cruzás con alguien y lo dejás con el saludo porque no tenés idea quién es.

Besos para todas!

Lady Baires

Anónimo dijo...

Maria Carolina, que bueno que al verlo tantos años despues sintieras exactamente lo mismo! Señal que en aquel tiemo había sido una buena percepción... y tan real!
María del Pilar, triste no... y uno se pregunta como pudo haber estado con esa persona!!!
María Guadalupe...mi mamá es igual! y a veces cuando veo a mis hijos poniendome cara de "a donde querés llegar, rebobino y resumo!". Quiero un caramelo media hora! ya!
Maria Julia, lo mejor de los ex es cuando pertenecen al pasado y ya ni nos tocan, finalmente nos inmunizamos!!!
María Albertina, habráa que andar con una mini agenda a mano??? por suerte no me pasa eso muy seguido.

muy buenos todos!!
un beso

Otras Marías dijo...

Lady Baires, es que era interesante (muy!) y tenía unos hermosos ojos negros. Y como dije ahí "estaba más allá del bien y del mal" para mis 16 años.
Ana, lo mismo... sólo que me sentí una tremenda treintañera embobada, jajaja.
Besos
María Carolina

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