domingo, 12 de septiembre de 2010

Secretos de almohada adolescente


María del Pilar
Sabi siempre fue tímida, desde chicas prefería las noches de sábado para nutrirse de historia griega, y se horrorizaba cuando nos veía frente al probador con polleras que no llegaban a las rodillas. Ella usaba jeans altos, una especie de borcegos calurosos y el pelo atado. No se colocaba maquillaje, ni cremas para el acné.
Yo le insistía a mi mamá que Sabina era rara, pero ella sacaba a relucir sus conocimientos sobre psicología y formación de la personalidad, y me explicaba pacientemente que no todas nacimos devotas al rouge y los zapatos de taco.
Cuando empezamos a descubrir la sexualidad y nuestras hormonas estaban revolucionadas al máximo, noté que a Sabi no le pasaba lo mismo. Nunca hablaba de los chicos, no los miraba y siempre que podía insultarlos, lo hacía. En ese momento no supe entender a mi amiga, y antes de sentarme a hablar con ella, la dejé de lado sin darle explicaciones sensatas.
Pasamos los años de colegio secundario sin mirarnos, sin hablarnos. Yo disfrutaba siendo el centro de las reuniones y me apiadaba de ella y su actitud resentida. Muchas veces insté para que el grupo se ría de su manera de caminar y vestirse, y no me importaba que ella huya avergonzada.
Tuvo que correr mucha agua abajo del puente para darme cuenta de mi error, de lo básica que fue mi mirada en aquellos tiempos y de lo hiriente que fui con mi amiga.
Ahora estoy orgullosa de verla luchar por sus derechos, y feliz de tener al lado a una persona que jamás bajó los brazos, aunque eso, durante la adolescencia, le haya valido más de una lágrima.


María Guadalupe
Lo más pornográfico de mi adolescencia fue ver a Jeannette Rodríguez besando a Carlos Mata en la novela Cristal. Dejame quererte tanto como nunca nadie te ha querido, dejame intentar. Me encantaba. Cuando la cosa amagaba a ponerse más caliente, mamá hacía girar la perilla del televisor Philips para cambiar de canal o directamente lo apagaba. Así que mi ingenua noción de sexo a los 15 años y en una familia católica hasta el apéndice, era lo que empezaba con unos besos con lengua. Me llevó tiempo saber cómo seguía…


María Julia
Siempre me sentí un bicho raro con el tema del sexo en mi adolescencia. No por tener miedo de que sea con la persona perfecta o por no entender como cuidarme; sino por el simple hecho de que a esa edad me juntaba mucho con María, una prima 5 años mayor que yo que militaba activamente en una agrupación feminista.
Por lo que el tema del sexo, a diferencia de mis amigas, debía venir acompañado del chico correcto; y no por que éste tuviera que ser una especie de príncipe azul, si no por el contrario por que debía “estar despojado de cualquier signo de machismo” decía mi prima.
En fin, no se si para bien o para mal, el sexo a lo largo de mi vida está marcado por parámetros que tal vez no sean los mas normales; aunque en mi adolescencia no gustaba de practicar tanto “este deporte” con los años me di cuenta que el sexo es sólo eso. Es la atracción de dos cuerpos, es una pasión encendida, que no por eso debe ser eterna; con media hora muchas veces nos alcanza.
Después si hay amor, es como diría Santo: Otro tema.


María Albertina
Siempre fui rebelde. De la boca para afuera. En actos, resulté bastante puritana. O no. Depende con que criterios me pongan en la balanza.
Terminado el torbellino de fiestas quinceañeras, con su convulsión de primeras salidas, desayunos amanecidos en estaciones de servicios y alcohol de a traguitos, con mis amigas adolescentes nos enfocamos en lo inevitable, ellos. Criadas en la comunión de culpa y obediencia que aporta el cristianismo, nuestro desenfreno consistía en sentarnos a debatir sobre sexo.
Yo era la loca que sostenía que ninguna llegaría virgen al matrimonio (que auguraba extender hasta después de los treinta), tenía un solo respaldo silencioso que acataba con la cabeza sin opinar, y tres enemigas momentáneas que no paraban de sancionarme por mi libertinaje oral y la negativa a pasearme de blanco floreciendo los veinte, límite aceptable hasta donde era posible extender el célibe noviazgo. De más está decirlo, célibe para ellas.
Pocas veces en la vida me dolió tanto tener la razón. Y fue cuando mis compañeras de debate empezaron, entre llanto e ilusiones románticas, a desfilar ante el altar envueltas en metros de tul, disimulando lo innombrable, esforzándose por convencerse de que ese era el camino que, de todas formas, hubieran elegido.


María Carolina
Está claro que mis experiencias no fueron las mejores o las que me encantaría trasmitir a los vástagos de mi familia. De todos modos, dudo que mis hermanas me dejen emitir opinión sobre el tema ante mis sobrinas.
Mi adolescencia de adolescentequenollamalaaatención desde su aspecto físico no es nada nuevo para contar. Mis amigas con los lindos de moda, yo con los verseros y fabuladores de moda. Puro María Carolina…
En esa eterna indecisión que fue la adolescencia el tema de cualquier grupo de chicas era el sexo. Intercambio de opiniones, de fábulas, de mitos. Niñas tratando de ser mujeres. Barbies y princesas jugando a ser femme fatale. Las chicas lindas competían por ser las más experimentadas. Intentos obstinados por desafiar las reglas morales sin que se convierta en comentario público, de mentir si fuera necesario. Nada de opiniones en voz alta, que estaban vedadas para la época: sólo debate en los grupos de los cuales formábamos parte.
En algunas familias era un tema más tabú que en otras: en la mía con mamá tratando de ser moderna pero teniendo un miedo atroz a las preguntas que podríamos hacerle. Yo, la menor, sólo escuchaba a mis hermanas. Siempre digo que por suerte mamá tuvo esos intentos de modernidad que me permitieron escuchar mucho… y, hasta a veces, preguntar.

2 comentarios:

Lady dijo...

Tengo que confesar que en mi adolescencia las cosas eran bastante distintas a como las veo ahora.

Como buena estudiosa que era, sentía que el cerebro no era compatible con la belleza y sufrí no ser una Barbie. No me sentía linda, ni atractiva, y siempre me enamoraba del más lindo de todos. El que nunca me miraba y yo amaba en secreo, o el que enterado de la sitaución hacía uso de su crueldad adolescente.

No sé en qué momento, pero con el tiempo, me ví diferente, me sentí diferente y empecé a actuar diferente. Así dejé de esconderme si alguien me atraía, y entendí (al menos en parte) el juego de la seducción (y lo que viene después).

Tal vez si en la adolescencia lo hubiera entendido, lo hubiera pasado mejor, pero no sería la persona que soy hoy.

Besos

Anónimo dijo...

Habiendo sido criada en el seno de una familia católica con los típicos principios, solía escuchar que yo de todas las nietas y sobrinas "tenía pensamientos de avanzada", por no aceptar llegar vírgen al matrimonio.

El día que tuve relaciones con quien fue mi primer novio, no significó ningún trauma. Inclusive él conforme a mi personalidad, le costó creerme que hubiese sido vírgen.

Reconozco que mis amigas hablaban de todos estos temas con hermanas, primas y amigas mayores, antes de dar el gran paso. Lógicamente nunca se pudo con las madres en esa época.

Besos para todas ustedes!

Lady Baires

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