domingo, 18 de abril de 2010

Circo laboral


María del Pilar
Lo que menos extraño de mi corta vida laboral es su presencia. Realmente ella incidió en mi decisión de casarme joven y abandonar enseguida el hábito del yugo. Nunca la quise. Y nunca me esforcé en tratarla bien.
La muy perra pasaba con la bandeja de café, a todos les preguntaba si querían algo para tomar y a mí, en los 6 años que compartimos las cuatro paredes, jamás, pero jamás, me trajo un miserable saquito de mate cocido. Tampoco le hubiese pedido: seguro tenía veneno en el remo de la infusión.
Era horrible verla caminar. Tenía todo caído. Y estaba totalmente peleada con el peine. Lo peor es que se convencía de que ese flequillo mitad punk mitad Carlitos Balá le quedaba glamoroso. Pobre Esther. Lunes, miércoles y viernes, días de collar rojo con perlas blancas compradas con el vuelto del pan. Martes y jueves alternaba joyas plásticas de pésimo gusto. Siempre el mismo pantalón. Siempre la misma camisa: sudada, obvio.
Éramos el agua y el aceite, por eso cuando nos mirábamos salían misiles disparados desde nuestros ojos. Yo no podía entender cómo Esther a los 30 era virgen. Y a ella no le cabía en su razonamiento que mis historias con el sexo opuesto sean diferentes cada semana.
Creo que la gota que rebalsó el vaso fue el día que Miguel me invitó a salir. Se le notaba a ella que moría de amor por el contador. De haber sabido lo que el futuro me deparaba al lado de ese tipo, esa tarde rechazaba la invitación y se lo dejaba con moño y todo a mi peor enemiga laboral.


María Guadalupe
Majo está sentada detrás de su escritorio, con las piernas cruzadas. Se le ven los tobillos desnudos, impúdicos, que quedan al desamparo de la pollera negra. Los zapatos parecen los que usan las enfermeras: esos con suelas de gomas, ultra-livianos y super-cómodos.
Taconea para que me de cuenta que la estoy mirando. Entonces trato de no perder el equilibro, parada en punta de pie sobre una silla, empujando Nuevos Testamentos en un rincón de la vitrina. No sonríe, sacude la cabeza y se acomoda los anteojos para concentrarse de nuevo en la calculadora. Las ventas vienen mal, así que la cara de católica en abstinencia no le va a cambiar.
Compartimos juntas todas las mañanas en la librería de la Iglesia. Yo empecé haciendo una pasantía del Colegio Adoratrices y me quedé a trabajar. Ella lleva casi 30 años entre esas escrituras. Se le nota cuando habla.
Alguien nos contó el otro día que la hija de Mariquita está embarazada, 16 años tiene la nena. Majo dijo: “Y bueno... Cada árbol se conoce por su fruto. Lucas 6: 43”.
Ayer vino un señor apurado y quiso que yo lo atienda sin respetar a la gente que estaba antes. Ella sentenció: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el ultimo de todos...Marcos 9: 35”.
Ni les digo cuando entra un nene a pedir. Les dice que se metan a la Iglesia y que se pongan a rezar: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de los labios de dios.
Mateo 4: 4“. A mí me da tanta vergüenza que trato de meter la cabeza en cualquier lugar que quede fuera de la vista.
A esta altura ya armé su listado de sus frases célebres. Y descubrí que sólo una me divierte escuchar:
- Dios mío, dios mío, ¿Por qué me has abandonado? - dice Majo cuando se enoja mucho con la vida.
- Lucas 23: 46 - le contesto, casi disfrutándolo, casi sintiéndome una buena aprendiz.


María Julia
Otra vez, otra vez lunes, otra semana más en la que debo soportar a mis compañeras de trabajo. Ellas no lo saben, pero las detesto; y en el día hago todos los trabajos que haya en la oficina, con tal de evitar las charlas que ellas organizan a mitad de la mañana.
Ahí estaban, ya eran pasadas las 10:00 y empezaban a prepararse para tomar un café y comenzar su parloteo. Yo me agarré los archivos de un viejo caso para escaparme, pero ellas me hacían señas de que me uniera a la charla. Y aunque ya había puesto una excusa bastante buena, esta vez no podía eludirlas.
Así que, con todo mi enojo encima, caminé los pocos pasos que me separaban de las cotorras, acerqué una silla y me senté casi en un rincón. Ellas ya habían empezado la charla, hoy el tema era: el tiempo que me lleva limpiar mi casa.
La más grande de mis compañeras, una cuarentona vestida como adolescente con los labios rojos, en composé con las uñas de las manos y de los pies, se mofaba de ser una excelente ama de casa después del trabajo. ¡Pobre! –pensaba yo- pensar que una mujer no tiene más aspiraciones que trabajar en un juzgado y después llegar a su casa para poner en marcha sus dotes de limpieza antes que su marido regresara.
Y eso era lo peor, en estas charlas solo había cosas banales y hasta denigrantes para una feminista como yo. Por lo que sólo me quedó acomodar la silla y mentalizarme que a, media hora de mi mañana, iba a tener que ser usada para escuchar estas pavadas.


María Albertina
A veces creo que no lo entienden. Otras, que lo hacen por malicia. Me miran, casi como si fuera una depravada. “Nadie hace esto porque le gusta. Nosotros estamos acá, porque no nos queda otra”, es el latiguillo preferido de mis compañeros de trabajo. Es inútil explicarles que mi amor por la ecología no nació ayer. Tampoco el año pasado. Ni cuando Al Gore, con bastante buen tino, decidió hacer de su investigación una película, y La verdad incómoda se puso de moda.
Siempre fui la oveja verde. El tormento de mis hermanas, atosigándolas para que elijan desodorante a bolilla y no abusen del detergente. Toda la familia respiró aliviada, cuando, a los 15, focalicé la atención en otro lado. Fue saber del proyecto y unirme a él. Me tomó dos horas convencer al responsable del área municipal para que me dejara formar parte de la comisión que tenía a cargo la creación de la planta de residuos sólidos domiciliarios.
Así que, cinco años después, mi decisión fue fácil. Tenía en claro que puerta tocar para pedir trabajo. Y sabía que allí iba a quedarme, por lo menos, hasta terminar la Licenciatura en Salud Ambiental.
No niego que el olor es atroz. Se mete por los poros y no hay jabón ni esponja exfoliante que raspe lo suficiente. A nadie puede, ni debería, gustarle revolver la basura de otros. Pero a veces, es necesario. No siempre voy a estar de clasificadora en la Planta de Residuos, pero por ahora, me permite salvar los gastos, me da tiempo para estudiar, y me lava la conciencia. Aunque mis compañeros, me consideren anormal.


María Carolina
Un perfecto tablero de ajedrez: esa es la figura de mi oficina. Cuadraditos perfectos en el cual cada pieza se va desplazando según sus intenciones y necesidades.
Al igual que en el juego, hay dos grupos: el de aquellos que sienten constantemente la imperiosa necesidad de demostrarle a nuestro jefe que son los más eficientes empleados que la empresa pudiera tener, y el de quienes simplemente trabajamos y cumplimos con nuestras obligaciones laborales sin por ello hacer gala de eso ni entregar nuestro alma al diablo. Queda claro en cual estoy.
En mi grupo, el de las piezas blancas, priman valores de respeto y franqueza ante todo. Tenemos reglas tácitas: no pisamos la cabeza de nadie, nadie se tira a chanta perjudicando al otro, somos solidarios ante todo. Por el contrario, las fichas negras apuestan todo su ser al ascenso, quede quien quede en el camino. Esa es su principal regla: no importa a quien pise, lo importante es ascender. Inescrupulosos y jodidos son las palabras que mejor los pintan.
Y así estamos: jugada tras jugada, nos comen fichas. Ayer se me acercó Celeste y, con su mejor cara de naipe, me dijo: “Sorry María, espero que no te moleste pero le di al jefe la presentación en la que estuvimos trabajando. Dejé sólo mi nombre porque con dos firmas quedaba un poco desprolijo”.
Si la golpeaba en ese momento, ¿era un caso de defensa propia?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Caro, yo también laburo en un lugar donde todos pisan cabezas y es tal cual vos lo decís. Un constante jaque mate. Besos Marías!!!

Jazmín dijo...

Hola Marías!!!
Ya es un hábito leerlas.Y siempre,un placer.
Encontrar en cada párrafo(a veces en el de una, a veces en el de otra) situaciones que nos identifican;poder emocionarnos, sonreir o reir a carcajadas,llorar, replantearnos cosas...PENSAR, es sentir que ustedes están trabajando para nosotras, y "por nosotras", que nos ponen voz, que nos sacan del anonimato de la costumbre, entre otras cosas.
Por favor, no abandonen nunca este blog y mucho menos el oficio de escribir, que tan maravillosamente realizan, desde esa increíble diversidad que vuelve cada relato tan humanamente especial.
Suerte.

Otras Marías dijo...

Jazmín gracias por seguirnos!! saludos.
Ma. Julia

Otras Marías dijo...

Anónima/o: ¿tendremos que mejorar nuestro ajedrez?
Besos de las cinco.
María Carolina.

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