domingo, 11 de julio de 2010

La mentira piadosa o el arte de vivir sin culpas

María Guadalupe
Para mí las mentiras se pueden dividir en varias categorías. Pero una solamente es imperdonable: La Mentira. Donde hay traición, engaño y humillación.
El resto son cositas que uno dice, puro chiquitaje que tienen siempre el perdón divino y carnal. Entre ellas están:
- la no-mentira: esas que no se dicen porque directamente uno oculta la verdad. Me funcionan perfectas con mi madre, yo creo que son las más saludables. Porque una no dice lo que ella no quiere escuchar.
- la mentira verdadera: es una especie de cachetada. Son perlitas que hay que tener reservadas para ese momento justo, preciso, glorioso en que le decimos a la vecina: “no me creas si no querés, pero es verdad”.
- la patas-cortas: es bastante idiota y muy jodida: siempre te descubren. Me pasó ayer. Juré que no me había comido el chocolate blanco que estaba en la heladera, y mi maridito encontró el envoltorio en la basura.
- la patológica: se registran pocos casos. A los que la tienen todo el tiempo en la punta de la lengua se los llama mitómanos. Atenti.
- la mentira piadosa: ésta es mi preferida y a mi criterio no hace falta confesarlas. Son prácticas porque evitan peleas y malos entendidos. Ejemplos hay miles: cuando voy a la peluquería siempre le digo a mi marido que gasto la mitad; cuando olvido pagar un impuesto llamo y reclamo porque la factura no me llegó y las veces que se me quema la comida le echo la culpa al teléfono que justo sonó.
- y mentime-que-me-gusta. A ésta la detesto.


María Julia
Me prometí a mi misma mejorar algunas cosas, y entre ellas la principal era no mentir tanto. Decidí comenzar esta batalla personal contra mis intenciones de desligarme de algunos compromisos a través de las mentiras, por más mínimas que éstas sean.
Pero ahora me encontraba en el dilema entre: mentira piadosa vs. corazón dolido. Y la culpa no era mía. ¿A qué hombre se le ocurre preguntar después de tener relaciones si había estado bien y si me había gustado? Y esto me generaba tomar una decisión inmediata. O le rompo su orgullo y seguramente un poco el corazón diciendo que: para ser sincera había sido un desastre; o rompo mi promesa de alejar de mi vida las mentiras por más piadosa que sean.
La respuesta debía ser rápida, mi razón no me ayudaba a decidirme; hasta que al fin salieron varias palabras de mi boca: ¡Estuviste bárbaro; mejor imposible!
Mientras mis labios largaban estos vocablos que yo aún no entendía, mi conciencia un tanto desorbitada no terminaba de saber si alegrarse o consternarse.
Y bueno ¿qué le puedo hacer? Después de todo no son tan malas las mentiras, si son piadosas.


María Albertina
La mentira piadosa es adictiva. Soy testigo. La vi crecer. De renacuajo inofensivo a sapo deforme de verrugas, el trecho es corto. Por lo menos para el mentiroso, que de pronto se encuentra con que tiene en sus manos un anfibio desagradable que salta hacia cualquier lado y exige más y más farsas para seguir existiendo, ahora ya, por propia voluntad.
No sos cualquier mina, me dijeron alguna vez. Y podía llegar a ser cierto, renacuajo escurridizo. Lo que pasa es no tengo claro qué hacer con mi vida, escuché después, adivinando un batracio de piel lisa y colores brillantes. Si nuestro destino es estar juntos seguro nos volvemos a cruzar, sospeché entonces, cuando el sapo era sapo y la verdad huía a los saltos.


María Carolina
Está bien: no está bueno engañar a las personas que nos importan… pero hay mentiras más graves que otras.
Anoche me llamó una de mis hermanas para contarme que tenía visitas: sus suegros y un cuñado estaban en su casa por unos días. “¡Uf, qué suerte!”, pensé para mis adentros.
Mi hermana pretendía que yo le ayudara con la comida para el sábado a la noche, quería que yo modifique el eje de mi vida para salvaguardar sus actividades culinarias y familiares. Era gruñirle y tratar de hacerle entender que tener más de 30, ser soltera y sin hijos, no implica no tener una vida; o inventar una buena excusa, imposible de suspender (mentirle, o sea), para no entrar en discusiones eternas.
“Imposible, hermana querida”, le solté. “De mil amores lo haría. Pero estoy sumamente complicada. El viernes tengo horas extras en la oficina y sábado a la mañana un curso de capacitación. Por la tarde me espera ansioso el lavarropas, mi departamento con todo el desorden semanal, y el tipo que me arregla la compu… Es el único momento que encontré en que pueda prescindir de ella”, enumeré al teléfono casi, casi sin respirar.
“Ok. La llamo a mamá”, escuché del otro lado.

Y si. Algo de culpa sentí…


María del Pilar
El padre de Huerto o mi ex marido, llámese como más cómodo le sea, tenía como principal defecto, en su lista de innumerables, ser una persona a la que no le gustaba gastar dinero. Tacaño, avaro al máximo nivel.
La ropa justa y necesaria, dos pares de zapatillas, un par de zapatos para salir y un perfume de mediana calidad que traiga de regalo la espuma de afeitar eran todos los elementos que contenía su parte del placard.
Totalmente lo opuesto sucedía de mi lado, y eso era motivo de discusión permanente. Hasta, me atrevo a decir, una de las causales del divorcio. Para él ir de compras era pérdida de tiempo, y que el resumen de la tarjeta de crédito devele gastos mensuales en más de 10 locales, un crimen.
Por eso, y como última opción antes de ser asesinada por el que en ese momento se decía mi esposo, decidí “dibujar” los números. La medida adoptada fue ir personalmente al supermercado, con la calculadora en la cartera y la astucia para adquirir todos los productos que figuraban de oferta, o los de menor calidad y precio. De esta manera y a simple vista, el gasto en alimentos no había variado, tampoco faltaban provisiones en la alacena, y mucho menos en la heladera. Nadie se percataba sobre qué ingerían a la hora del almuerzo, y yo iba ahorrando ese dinero para mi bolsillo.
Fueron varios meses de juntar monedas y billetes sobrantes en el supermercado, para invertirlos en carteras, perfumes y zapatos. Con este truco inocente, el matrimonio había mejorado, los reproches mermado y el resumen de la tarjeta también.
Pero, todo lo bueno tiene su final. Y el mío llegó el día en que Miguel descubrió que el jamón crudo serrano provenía de un matadero del Gran Buenos Aires, y que sus vinos finos habían sido rellenados desde una damajuana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La peor mentira de todas, cuando uno se miente a si mismo: y de esas, me mandé varias!
estoy con él porque lo quiero, y no porque tengo miedo a estar sola... o no hago tal cosa porque estoy a full con otras, y no porque no tengo ganas..y cosas así.
La mentira piadosa, creo que se entiende, si alguien está feliz por algo que se compró aunque a mi me parezca un bodrio, que gano con decirle que es horrible... cabe dentro de la subjetividad de cada una, y aprendí a que a veces la mejor manera de zafar de una mentira cuando nos preguntan algo, es responder con otra pregunta. Y creo que callar no es mentir...es solo callar!!!

muy bueno el post
un beso

La candorosa dijo...

Las mentiras no dejan de serlo por su dimensión, desde las más pequeñas a las mayores, son mentiras.
Y como decían las abuelas las mentiras "tienen patas cortas".

Casi siempre es la herramienta para salvar el "pellejo", la justificación salvadora.

La más dolorosa, siempre será la que encubre engaños en el amor...


Saludos!!

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