domingo, 18 de julio de 2010

Lo esencial es invisible a los ojos (y lo que no, preferible no saber)


María Albertina
Llegamos con 126 días, 13 horas y 18 minutos de diferencia. Pero nos sabemos gemelas nacidas a destiempo. Descendientes de una estirpe de brujas y herederas de su poder. En la abundante camada de mujeres que conforman nuestra familia, nos elegimos desde siempre.
No lo llamaría preferencia. Tal vez, necesidad.
Nunca nos preguntamos porqué, ni cómo. Pero ella lloró sin motivo durante los tres días en que los médicos me tuvieron en ascuas mientras esperaba el análisis para saber si yo era, o no, portadora de una enfermedad degenerativa. A pesar de que se enteró del hecho meses después, no dudó un segundo: había llorado por mí, para que pudiera mostrarme fuerte y desahogarme al mismo tiempo.
Así somos, telépatas. El día que sentí el impulso infinito de hablarle era un martes a las dos de la madrugada, pero marqué su número sin vacilar y la encontré sola, sentada en el piso del baño, atontada de felicidad por saberse madre y no tener nadie cerca con quien compartir el pedazo de plástico que por fin le regalaba un positivo.
Ni los celos de otras primas, mucho menos la distancia. Tampoco las antiguas amenazas de nuestras madres para que “compartamos con el resto”, fueron un impedimento. Llevamos la misma sangre, es cierto, pero por sobre todo, somos amigas disimuladas al límite de lo invisible, jugando a las primas y buscando, eternamente, la posibilidad de robarnos un rato a solas en los multitudinarios eventos familiares.


María Carolina
¿Será que ese bendito juego habrá determinado mi relación con los hombres? ¡Qué ironía! Sería como creer en el destino, yo que pienso que cada uno forja el suyo.
Mes de julio del sexto grado de escuela primaria. Todos abocados a escribir cartitas y pensar posibles pistas para despistar al compañero que nos había tocado en suerte: tareas propias de un tiempo que pasó.
A mí me gustaba el más lindo de la clase. Igual que a todas. Era la eterna lucha por sobresalir del montón, la aguerrida discusión con mamá para que no me hiciera ese corte de pelo que me dejaba la cara tan rechoncha, una sucesión de enfrentamientos virtuales con todas para ser la triunfadora y convertirme en la dueña de una mirada. Yo, que nunca destaqué mi carita entre el montón. Y menos en mi niñez.
Tres días de juego y algo que mi amigo invisible escribió me sugirió que el autor era el dueño de mis suspiros. Cada cartita me convencía más y más. Llegó a decirme “vos sabés quién soy, siempre me mirás”. Yo, la igual a todas, ganaba confianza a medida que el juego transcurría.
Hasta que llegó el momento de develar la incógnita. La señorita me nombró: a mí me tocaba arriesgar el posible amigo. Segura de mí misma, dije las seis letras de su nombre. Él y sus malditos amigos rieron. Me miró y me dijo: “Te engañé. Te creíste todo lo de la carta. No soy yo: tu amigo invisible es Santiago”.
Fue la primera de tantas veces en que un hombre admitiría un engaño frente a mí.


María del Pilar
Siempre supe que estaban ahí, pero la tranquilidad de saber que sólo yo las podía padecer dejaba que la vida siga siendo normal.
Al principio, cuando caí en la cuenta, cuando empezaron a nacer, me provocaron mucho dolor; pero con el tiempo aprendí a convivir con ellas. Después de todo, no era la única persona que cargaba con un par.
Lo bueno, insisto, es que nadie las veía. Ellas estaban siempre conmigo, pero no levantaban sospechas.
Fue mucho tiempo de portarlas y transportarlas, jamás les tomé cariño pero creo que los años hicieron que me acostumbre. Hasta que el orgullo pudo más, y el día que decidí echar a mi esposo de casa, ellas se fueron con él. Mis amigas invisibles decidieron dejar mi cabeza para ser el adorno de otra pobre mujer, víctima de un infiel sin remedio.


María Guadalupe
Es triste no tener imaginación. Porque la imaginación debe ser una especie de paraíso al que se puede llegar sólo cerrando los ojos. De grande me di cuenta que siempre fui una nena aburrida, que no sabía jugar sola. Jamás pude inventarme un mundo personal.
Mis muñecos no eran como los de Toy Story. Creo que jamás los doté de vida. Qué triste, pienso ahora. Nunca le confesé mis secretos al monito de peluche con el que dormía. Ni llevé de paseo al Pequeño Pony en el canasto de la bici. ¡Los Play Móvil no hablaban entre ellos, sólo juntaban zapallos de la granja! Tampoco usé mi valija de Juliana doctora para curar a las muñecas que volvían malheridas cuando las rescataba de la cucha de Popino, mi perro.
Lo mío era bien práctico. Jugaba a ser maestra y escribía la pared del fondo del patio con tiza. Juntaba latas y envases vacíos y simulaba tener una cocina de verdad. Soñaba con ser locutora: agarraba el diario y leía las noticias sobre la antena del grabador como si fuera un micrófono.
Siempre sentí que la originalidad no era mi territorio. Mi diversión era mal llamada diversión si la comparaba con los relatos de Lucía. Jamás le creí ese cuento de la amiga invisible. Pero debo reconocerlo: me daba envidia. No por esa amiga fantástica que ella tenía, sino por esa imaginación prodigiosa, de cuentos de hadas, en la que se hundía


María Julia
Me tocó, otro año más; de nuevo tuve que poner buena cara, cuando a las yeguas de mi trabajo se les ocurrió jugar al amigo invisible.
Y no es que no me guste este juego; al contrario, me encanta recibir regalos y encima tratar de descubrir de quien vienen. Pero detesto jugarlo con estas arpías, que siempre entre ellas se regalan lo más lindo, y a las que no pertenecemos al grupo de las master le dan lo más ordinario que encuentran en el mega shop.
Este año me propuse una guerra lenta contra estas odiosas, que empezó hace dos meses con las que, como yo, recibieron los peores regalos de parte de nuestras amigas invisibles.
Mi táctica es sencilla: “divide y reinarás”, así empecé mi cruzada. Resalté lo lindo de tener un amigo invisible y lo importante que es, ya que éste debe tratar de conocer los gustos de la persona a quien le toca regalar. Después mis acciones apuntaron a preponderar lo feo que fueron los regalos que nos tocaron en los últimos años y para eso tuve que pensar varias veces las preguntas; no vaya a ser que parecieran tendenciosas. Y así seguí con esta odisea que esperaba rindiera bueno frutos, y no en tantos años como le pasó a Ulises.
A mí este año me tocó Karina, y aunque se cree la Jelinek está más cerca de la Lobato. Mmmm… ¿qué le regalo? Ya sé, un chal fucsia y azul que vi en la Feria Americana, tan feo como el que me tocó el año pasado.

9 comentarios:

Marina Judith Landau dijo...

Me parece muy buena idea la de tu blog, y creo que para llevarla a cabo hace falta muchísima imaginación, hayas hablado con hadas cuando eras niña, o jugado a la locutora con noticias verdaderas.
El juego del amigo invisible depende con quienes se juega, puede ser maravilloso o de una crueldad terrible.
Me gustan tus Marías, sus fascetas, y las reflexiones que plantean. Seguiré viniendo por aquí.
Un abracito.

Marina Judith Landau dijo...

Ah, fijate el modo en que comentás en otros blogs, no sé si ponés directo tu perfil o anotás la dirección, pero el vínculo de tu nick me llegó mal, tuve que probar varias veces, cambiar coma por punto, etc etc hasta que te encontré.
Te aviso porque a otros les debe estar sucediendo el buscarte y no encontrarte.

Otras Marías dijo...

Sí, me di cuenta después de enviarlo que había metido la pata!
Gracias por visitarnos.
Te dejo un beso mío y otro en nombre de las otras Marías. Somos en verdad 5 escribiendo al mismo tiempo! Y ya nadaremos todas por tus aguas.

Ma. Guadalupe

Anónimo dijo...

Muy lindo blog.
Agradezco tu pasada por el mío.
Comparto la opinión de María Julia con el amigo invisible.
Nos estamos leyendo!
Beso
Lady Baires

Anónimo dijo...

Me sentí identificada con algunas de ustedes...aunque me hubiera encantado tener esa persona especial con la que me uniera un vínculo tan fuerte, me parece mágico!
También tuve a las "amigas" invisbles, las que por suerte desaparecieron el dia que decidí que uno no tiene ningun precio que pagar ni nada que soportar.
Tampoco fui de chica de tener juegos tan imaginativos, y me pregunto si eso no es un poco lo que nos venden los cuentos, las películas y las propagandas... la realidad quizas es mucho menos llamtiva y creativa, y el juego de amigo invisible puede ser algo muy divertido o una tortura, todo depende quien te toque... la arpia o una jefa: momento de decir mezclo y saco de nuevo!
Un beso a las 5!

Lady dijo...

Excelente blog, y excelentes historias!

Entendí a María Carolina, sonreí internamente con María del Pilar y me sentí la envidia de María Guadalupe.

Yo también llevo "María" como primer nombre, será por eso que me sentí identificada con algunos pasajes? Creo que esas Marías tienen algo de cada una de nosotroas, y nosotras algo da cada una de esas Marías.

Besos

Verónica Molina dijo...

La amistad, visible o invisible, es un reducto muy misterioso... y las Marías lo saben, evidentemente. ;-)

Hay amistades telepáticas, otras te ofrecen chascos servidos en bandeja, y hay algunas que te generan envidia o admiración (tener a la imaginación de aliada es una de ellas), o lástima (las amigas imaginarias que provoca la soledad o la traición, son patéticas).

Hay de todo tipo, color y pelaje. Me alegra encontrar un buen surtido de ellas por acá...

Lindo blog, lindo post. Las sigo leyendo.

Virginia Prieto dijo...

me encanta la idea del blog y las historias contadas cada una desde su perspectiva
todas tenemos algo de cada una
interesantísimo concepto desarrollan acá.
muy bueno
beso

Lola dijo...

Creo que todas tenemos algún costadito de las cuatro marías.
Y a propósito, nada más femenino que el nombre María (por algo se lo puse a mi hija! aunque la culpa en realidad es más de mi marido).
Nos seguimos leyendo

Besos!

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