domingo, 28 de marzo de 2010

El gen hermano


María Albertina
Será que formo parte de una manada de polleras, o quizás porque encabezo el álbum familiar. Tal vez no sea otra cosa que mi obstinada independencia, o mi enfermiza necesidad de chocarme contra la pared aunque me lo adviertan con cartel luminoso. Lo cierto es que, al día de hoy, no logro entender la fascinación que mi novio siente por su hermano mayor.Me genera impotencia esa manía por consultarlo, su escucha diligente, la sumisión a la opinión de ese otro que, por mucha sangre que comparta, no tiene línea directa con Dios.
Creo que, de todo, lo que más me molesta es la notable incapacidad de crítica que mi novio demuestra frente a los dimes y diretes de su hermano. Y es que mi cuñado, sólo dos años mayor que nosotros, no tiene ni trayectoria ni calle de la que hacer alarde.
Muchas veces me pregunté si lo que tengo es celos, porque ante la admiración que veo en los ojos de mi novio, siento que en el pecho algo se carga y empieza a pesar, a molestar. Aunque, después de meditarlo bastante, debo decir que lo que en verdad siento es torpeza. Y es que me siento inútil cuando debo afrontar que, en su rol de hermano mayor, mi cuñado disimula la ignorancia con una suerte a prueba de incrédulos, mientras los demás pasamos por tontos.



María Julia
“Tenés un nuevo msj.”, aparecía escrito en mi bandeja de entrada. Ya sabía, era de él, era el mensaje que mi hermano me había prometido hace casi un mes, donde cumplía con su palabra de contarme con lujos de detalles como lo trataba la vida en el sur, lejos de casa.
Como era de esperar empezaba disculpándose por haber tardado tanto en escribirme: “vos sabés que llevo el gen de ser un poco colgado, vos mejor que nadie, por que tanta veces me lo echaste en cara”. Y era verdad, de los dos él era el más olvidadizo; y en nuestros años de juventud fue mi reproche preferido cuando no cumplía con su palabra; ése, y el de que no pudiera entender el padecimiento que sufrió la mujer a lo largo de la historia. “No es para tanto; si seguís diciendo eso ningún vago te va a dar bola” me decía mientras preparaba el mate con cascaritas de naranja. Yo me quedaba con las ganas de empezar una batalla en nombre de la liberación femenina; pero terminaba por tirarme con él en el sillón a mirar películas.
Un día decidió que su destino era irse al sur; no supe en ese momento si alegrarme por él o entristecerme por que ya no estaría más cerca de mí. Me llevó años comprender lo que ese viernes lluvioso, cuando se fue, me anotó en una servilleta de papel: “Caminante no hay camino, se hace el camino al andar…” Así mientras le subía el volumen a Serrat, me acomodé en la silla y empecé a disfrutar de la compañía de él, a través del mail.


María Guadalupe
Él era mi hermano. No hizo falta ningún ritual simbólico, nada de pincharse el dedo y mezclar sangre. Preferíamos creer eso de las almas gemelas.
A Pablo lo conocí en preescolar, me compró con un chicle. Con varios. Traía dos todas las mañanas, me daba a mí el de menta y él se comía el más rico: de tutifruti. No sé como, pero de esa bolsa azul a cuadros, de donde sacaba los Bazooka, salió también nuestra amistad.
Transparente. Con verdades simples y mentiras piadosas. Llantos que nacen del desamor adolescente y mates hasta las tres de la mañana estudiando historia. Él era ese amigo por el que uno jura que un hombre y una mujer pueden ser grandes amigos.
Celeste, mi hermana mayor y la única que tengo, hizo el intento un par de veces de darme indicios. Pero hasta que Pablo no me lo dijo con todas las letras, a mí ni se me había pasado por la cabeza.
Ese día llegó puntual. Estaba pálido, tragaba más saliva de la cuenta. Creí que me iba a hacer tía. Pero no. ¿Todavía no te diste te cuenta?, me dijo. Lo miré entonces como si fuera la primera vez que lo tenía enfrente. Lo ví triste, con el peso imposible de los 20 años, transpiraba.
Cuando soltó el rollo yo respiré aliviada. Era un detalle: mi hermano del alma era gay.


María Carolina
Adoro a mis hermanas. Las amo, pero es un amor tan difícil de explicar que sólo se compara con la sensación que me provoca el estar parada en la arena mirando el mar: tan celeste, inconmensurable y que me brinda esa felicidad rara, inexplicable. Sólo sé que las amo.
Eso sí: hay que aguantarlas. Porque cuando llega hermana 1 dispuesta a darme otra lección acerca de lo que a mi vida le falta (descontando que el primer ítem es “novio/marido/pareja/concubino” o cargo equivalente), aumentan las probabilidades de que mi presión arterial se descompagine. Pasada la tensión, vuelve el amor.
Siempre fuimos el trío MC, que sembró la casa de muñecas, polleras y rouge: María Cecilia, María Constanza y María Carolina. Si éramos varones, hubiésemos sido Martín, Marcelo y Manuel, pero eso no pasó. Y mi secreta esperanza del hermano varón que me defienda de las adversidades que la vida me iba a deparar, quedó en el camino, trunca, después de esa operación de mamá. Así que si hay algo que desconozco, es de tener celos de la rubia tonta que apabulla al macho de la casa.
Después, la vida me convenció que el no tener hermano fue una salvación: de haberlo tenido, inevitablemente uno de sus amigos hubiese sido el autor de alguna decepción amorosa. En mi lista de desamores, amores y engaños, la única categoría en la que sigo invicta es en la de “seducida y abandonada por el mejor amigo de mi hermano”.


María del Pilar
Esto de ser hija única hizo de mi mente un lugar propicio para el delirio. Durante mi infancia las muñecas y los ositos de peluche se transformaron en mis hermanos, que peleaba o abrazaba según la circunstancia. Los sentaba a la mesa, los llevaba de vacaciones, les contaba mis travesuras. Y ellos, con sus ojos plásticos fijos me miraban y me escuchaban.
El hermano perfecto que no discutía tus ideas, no era competencia por el amor de mami y papi, no te obligaba a compartir las golosinas y siempre te esperaba en la habitación con una sonrisa.
Con el paso de los años, una hija única busca en sus amigos al “hermano del alma”. En más de una oportunidad confiás tus cosas a cualquiera que compartió dos mates y una borrachera con vos, hasta que la experiencia te enseña conocer a las personas que vas eligiendo y a las que te conviene descartar.
A veces pienso que hubiese sido de mí con un hermano. Tal vez me habría beneficiado tener al menos uno para que las miradas no estén siempre sobre mis espaldas. Pero mamá decía que las familias numerosas tienen problemas al momento de repartir la herencia, y que corro con ventaja por ser la única.
Por eso, conforme y resignada, cuando en el gimnasio las chicas hablan sobre las fiestas, los problemas, los cumpleaños de sus hermanos, yo agacho la cabeza y sigo corriendo por la cinta transportadora.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buenas las historias.
Saludos. Un Jose.

Anónimo dijo...

Pilar, yo también soy hija única. Y no hay suficiente regalos que lo compensen!!

Otras Marías dijo...

Hay que exprimir lo bueno de ser único para alguien. Con el correr de los años, cualquiera te comparte.
Besos, y gracias por leernos!!
María del Pilar

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