domingo, 27 de junio de 2010

Empezar el gym, el eterno amague


María Carolina
Todavía sigo creyendo que existen las “prendas mágicas” dentro de mi ropero. Sí, las prendas mágicas: los jeans que simulan una cola ultra levantada, las remeras que se adhieren al cuerpo evitando que se marque lo que no debe marcarse.
El tema es que los años pasan. Y no vienen solos. No puedo caracterizarme como gorda (tampoco flaca, claro), pero inevitablemente las tres décadas y yapa que llevo encima se ensañan en mostrarse en mi cuerpo. Y eso que alguna vez oculté con una buena remera (resultado de un diagnóstico previo de mi ropero), hoy resulta una operación un tanto más compleja.
Nunca fui una obsesiva del aspecto físico, pero debo reconocer que jamás me resultó indiferente cómo me veía. Eso sí: siempre odié los gimnasios. Ese desdén infinito hacia las que no entrábamos en el target de chica sport, esa necesidad de estar en pose constante mientras se hace gimnasia, esos tipos mirándose los abdominales mientras los ejercitan, provocaron en mí un rechazo absoluto a esos lugares. “Los gimnasios le provocan claustrofobia”, dice una amiga cuando algún musculoso nos entrega un volante de promoción.
Este último verano, mis treintitantos me empujaron a resolver que éste debería ser el año en que me inscribiría en el gimnasio de la vuelta de casa.
Y bueno… acá estoy, esperando la llegada del invierno. Tal vez el lunes próximo.


María del Pilar
Me encanta ir al gym. De hecho, hace 25 años que lo hago. Es una de mis terapias preferidas, mi cable a tierra, mi desconexión ideal con el resto del mundo.
Ni el mejor sexo se compara con correr media hora sobre la cinta, para luego hacer varios kilómetros de bicicleta fija y terminar vibrando sobre la plataforma que publicita Pamela David. Altamente recomendable, este aparato se encarga de tonificar todos los músculos del cuerpo al mismo tiempo que una hace abdominales miles.
Y para completar una buena sesión de gimnasia, lo ideal es un baño de sauna seco, que nutre la piel, nos hace perder grasas por cuanto poro existe y logra un nivel de relajamiento increíble.
Son dos horas a la semana que toda mujer argentina merece tener para mimarse el cuerpo y el alma. Nos olvidamos de la ropa que dejamos tendida, del menú para la cena de esta noche, de que los chicos ensuciaron el sillón de pana blanca, de los reclamos maritales, del perro, del gato y del lorito. Una con el universo en perfecta conexión.
Por eso decidí que en el mes del aguinaldo, voy a invertir el de mi ex esposo en este aparatito, que además de ser un viaje al placer, no posee contraindicaciones. Así, lo puedo tener todos los días en casa, usarlo cuando lo necesite y que me haga vibrar cuantas veces se me antoje. El marido ideal.


María Guadalupe
La culpa la tuvo la primavera. Con los calorcitos una empieza a deshojarse un poco de tanta ropa encima y descubre agregados. Quizá mis treinta tampoco me sentaron bien, no sé.... yo esa vez me enemisté conmigo como cuando tenía 15 años. Aunque en ese tiempo deseaba que la naturaleza sea generosa y ahora la prefiero mezquina.
No importa. La solución estaba a la vuelta de casa: el gimnasio. Así que pasé una tarde a buscar los horarios. Me dieron una fotocopia aburrida y pálida sobre la que hice círculos sobre los planes que me gustaban.
Salía $90 el mes. El folleto decía: “all inclusive”, pero como yo no sé inglés, pregunté qué incluía esa plata. Me miraron con esa cara de superados que ponemos los que vivimos en un pueblo y creemos que sabemos todas. A mí irrita terriblemente el detalle, tanto como las tienditas de cuarta que ponen: SALE en la vidriera cuando están de liquidación. Igual me dejé convencer y pagué seis meses por adelantado para tener el 10% de descuento.
Me faltaba la ropa. En lo de Martita -así se llama el local: Lo de Martita- me compré un buzo, aunque me quedé con las ganas de la calza, y dos remeras talle 4, a pesar de que yo soy talle 2. Eso por pensar siempre en qué dirá mi maridito.
Estaba lista. El lunes a las dos de la tarde había aeróbic. Sería mi clase 1. Aunque ese día después de almorzar me sentí llena y decidí empezar el martes con salsa. El martes hizo frío y yo no podía perderme la siesta. El miércoles me colgué mirando la novela. El jueves me dolía la cabeza, creo. El viernes ya ni recuerdo que excusa encontré.
No podía ser de otra manera: me quedé con mis agregados -¡y mis siestas!- esperando que regrese el otoño.


María Julia
Mmm… este jeans me ajusta más de lo común. Si, si, no hay duda tengo unos kilitos de más. Ay no, esta noche si engancho algo ni loca prendo la luz; ya sé voy a poner algunas velas a la entrada. Al final me sirvieron estas velas aromáticas, pensar que mamá decía que no las iba a usar para nada.
Ah, vieja, si vieras el buen uso que les voy a dar. Mmm.… este jeans me ajusta tanto que me va a quedar marcada toda la panza. Bueno por lo menos tengo más redondas las lolas, al fin algo bueno para mis amigas que siempre están flacuchas. Ya sé, aprovecho y me pongo el corpiño con encaje que me las deja bien arriba.
Ah no, no, el lunes empiezo urgente el gimnasio. ¿Qué digo? ¡Empezar el gimnasio por unos kilos de más! En qué estoy pensando, yo que proclamo a los vientos que la mujer no debe ser un objeto, ¿verme bien para quién?
Ah, pero ahora me van a ajustar todos los pantalones; mmm y estos flotadores no quedan para nada bien. ¿Como dice Cormillot? Hacer ejercicios no es sólo para verse mejor, si no sobre todo para sentirnos bien. ¿Quién puede decir ahora que me esfuerzo sólo para que los hombres me vean como un objeto sexual?


María Albertina
Cuando vi que la piel de los brazos bailaba con ritmo propio, fue que me descubrí adulta. No tengo conflictos estéticos, me acepto fea y listo. Tampoco mi glotonería se condice con un cuerpito desgarbado que no llega a los 50 kilos. Nunca presté atención al ancho de mis piernas, ni aprendí a maquillarme. Soy un desastre usando tacos y sólo sé de moda lo indispensable para evitar el ridículo. No diría que rompo el estereotipo, he conocido muchas como yo, despeinadas hasta en las mejores ocasiones.
Jamás me propuse algo tan común en mis amigas como eso de “el lunes empiezo el gimnasio”. Esta frase, dicha por mí, sería tan absurda que, antes que risa, causaría estragos. Mamá y mis hermanas correrían a tomarme la fiebre o comenzarían a hacerme preguntas sobre el estado del agujero de ozono para certificar mi salud mental.
Tal vez algún día me toque, sufra al no entrar al jeans o deseche alguna remera porque me marca los rollos. Pero por ahora, sigo adelante sin mirar el espejo más que para chequear que la pollera no esté enganchada a los calzones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo sigo viendo esas prendas invisibles en tu tratar de entender, como se manejan esas ruedas, y me siento mas comodo que vos, asi como el pasto que evita el paso del tractor diariamente

Ana dijo...

Para mi el mejor momento de ir al gimnasio es cuando me voy, terminé todo y salgo! No me gusta nada, ni me divierte, pero voy como una obligación, es invertir en calidad de vida para dentro de muchos años, tal cual como pienso en una jubilación....

jamas se me ocurriría que es mejor que el sexo!!!! jajaja que dificil eso!!

sirven las plataformas vibratorias?? es real??

un beso

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