domingo, 6 de junio de 2010

H-ADN: la fórmula indescifrable


María Julia
No hay caso, aunque lo intente, aunque a veces deje de lado las preguntas, las preocupaciones y hasta mis intuiciones femeninas, hay algo que aún con mis 30 años no logro responder, y es que: ¡todavía no entiendo a los hombres!
Aunque mis inquietudes no son las que en general preocupan a las mujeres. No me molesta que se vaya de mi casa después de haber tenido relaciones: mejor para mí, por que me encanta dormir desparramada por toda la cama. No me molesta que no me llamen: al contrario detesto esos hombres que no dan respiro. No me preocupa si alguien con quien salgo no se da cuenta si me arreglé más de lo común o tengo un nuevo peinado, porque si lo hago es seguro que estoy buscando cambiarlo a él.
Pero hay algo que no entiendo de ellos y que me produce detestarlos, y es que se crean el ombligo del mundo. Creen tener las claves de todos los secretos; creen ser los mejores amantes, creen poder conquistarte con palabras bobas, que los deja aún más en ridículo; creen ser lo que no son. Y en esta pose de machos y señores se pasan la noche haciéndose los cancheros, y cuando se dan cuenta de que fracasaron en su conquista, nos echan la culpa a nosotras de habernos ido: porque, como dicen ellos, somos unas histéricas.


María Albertina
No entiendo a los hombres, renegaba mi abuela. Y lo que en realidad quería decir era que no comprendía la libido, los deseos sexuales, las caricias apuradas con objetivo definido. Las mujeres no somos así, continuaba la perorata. Y nadie se atrevía a contradecirla. A desandar sus sesenta años de viudez y abstinencia obligada, cargando en el lomo con cinco huérfanos que no tenían edad ni para cuidarse entre ellos. La Iglesia dice que es sólo para tener hijos, afirmaba alzando la voz. Y así educó a las suyas: uniendo sexo a obligación marital, y placer a que te dejen en paz de una buena vez y por cuarenta días después del parto.
Cada tanto, me topo con alguna tipa intransigente que habla de ellos como seres incomprensibles, la escucho decir no entiendo a los hombres y es sólo que no comparte el gusto por el fútbol, no disfruta de los videojuegos, o no concibe que se pueda salir con pantalón rayado y camisa a cuadros, en una burla de desinterés frente a los mandatos con que la moda nos condiciona a nosotras.
En ese momento, pienso en la abuela. Y veo la diferencia de dos vidas expresadas en cinco palabras. Un no entiendo a los hombres que habla de la lucha en soledad, la incomprensión a falta de un compañero que le mostrara la otra la cara. Y otro no entiendo a los hombres, donde lo único que hay es intolerancia, cinismo a lo diferente, obtusidad frente al otro.


María Carolina
Anoche conversé con mi amiga Vero. Diálogo obligado, hablábamos de hombres.
–Y es que cuanto más me empeño en encantar a un tipo –dice “encantar” Vero y los ojos se le encienden–, lo único que logro es que no me de bola. Me pasó con Facundo, ¿te acordás? Le caía de casualidad en los lugares donde sabía lo iba a encontrar, pasaba cerca de su casa, inventaba excusas para verlo… y nada. Me di por vencida y empecé a mirar para otro lado…–y exhala aire Vero, pensando en su novio, Leo.
Ahí recordamos cuando Facundo detectó que existía. De pronto, de la nada, como si nunca la hubiese visto en su vida, él comenzó a hacerle notar su interés. Llegaba de casualidad a los lugares en donde era sabido que encontraría a Vero, le mandaba un “hola” vía MSN cada vez que la veía conectada. La halagaba por la ropa que llevaba, por las cosas que decía, por como sonreía. Buscaba coincidencias todo el tiempo. Tanto fue así que Vero lo notó y lo encaró para saber qué sucedía.
–Y me dijo que siempre había estado enamorado de mí, pero nunca se había dado cuenta… –el celular de Vero interrumpe el diálogo, con su novio avisando que la espera.
–Cuando empezó a verme con menos frecuencia, cuando me vio con otro, se dio cuenta que yo era el amor de su vida… –y mientras abre la puerta para ir al encuentro de Leo se despide, entre risas, como si estuviese anticipándose al destino– ¿Ves que nunca voy a entender a los tipos?


María del Pilar
Mientras viven bajo el ala de sus madres se acostumbran a ser dueños y señores de todo lo que los rodea. No cuelgan el toallón al salir de la ducha, jamás levantan un plato de la mesa y ni siquiera se molestan en saber cuál es el cajón de los cubiertos. Se sientan a almorzar y son servidos con los honores propios de la realeza.
Durante la adolescencia desfilan por la casa con amigos maleducados. Se ríen fuerte, escuchan música a todo volumen, devoran cuanto alimento con harina hay en la heladera, y los viernes a la noche se toman los restos de licores guardados en el mueble del comedor.
Cuando pasan los 20, dejan de lado las amistades por niñas no tan ingenuas, a las que cambian semanalmente, haciendo alarde de esto en los entrenamientos, pubs y cualquier lugar que frecuentan. Comentan entre ellos cuántas “víctimas” han pasado por sus brazos en el último mes, y suelen guardarse prueba de ello (moños de los corpiños, por ejemplo).
Así van transitando la vida. Se casan cada vez más cerca de los 30. Los que fueron “pistolas” durante la juventud, se convierten en maridos sumisos, y los que consiguieron esposa por descarte, en ejemplo de cornudos. Algunos quedan solteros y sin despegarse del cariño materno, otros se van y vuelven porque la vida no es como a los 15.
Es rara la especie masculina, pero no teman amigas, falta mucho para que estén en peligro de extinción.


María Guadalupe
Por esas cosas ridículas de la vida cotidiana por las que me digo a mí misma: “dios te salve María”.
Porque él dice “alcanzame la sal” justo cuando el tenedor me trae el primer ñoqui a la boca. Y lo dice como si fuera así, como si estirando la mano una pudiera agarrar el salero. Claro que no: el paquete de celusal está a cinco metros, en la tercera puerta de la alacena, lado izquierdo, detrás del vinagre.
Porque dice “no está mi cinto negro”. Y la verdad es que miente. Hasta con los ojos cerrados puedo adivinar adonde está. Estoy tan segura de eso como de que si él buscara lo podría encontrar. Claro que es más fácil preguntar.
Porque dice “no te olvides de comprar el pan” como si sería responsabilidad femenina, como si a él no le quedaría tan de paso como a mí entrar a La Cholita y pedir un cuarto de flautas. Claro que no: demorarlo cinco minutos lo haría perder la presentación del noticiero.
Porque dice “¿esa pollera no es muy corta?”. Y la verdad es que casi me toca las rodillas, y que “esa pollera” ya me la he puesto mil veces, y que pregunta como quien no quiere la cosa, como quien no mira piernas ajenas. Claro que no es corta.
Por esas cosas ridículas yo no entiendo a los hombres. Mi marido dice que tampoco entiende a las mujeres cuando se queda sin sal, sin cinto y sin pan. O cuando yo me quedo con mi pollera corta.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Escenas de la vida cotidiana, je je. Me encantó, Marías. Siempre las leo.
Cariños.
Julieta.

Lilith dijo...

"Un mal necesario" decimos...una gran cuota de machismo alimentada simple y llanamente por nuestro peor enemigo, nosotras mismas. Si señoras, como mujeres hacemos de ese rara especie justamente lo que odiamos de ellos!
Me encanta leerlas Marias!

M. Albertina dijo...

Es cierto Lilith, a veces es sumamente dificil correrse del lugar de mujer encasillado en "mamá-ama de casa-esposa eficiente", pero no por eso hay que dejar de intentarlo!!! Menos aún en las cuestiones de la vida cotidiana, como dice Julieta, con las que aveces es tan complidado lidiar. Un abrazo grande a ambas. M. Albertina

Anónimo dijo...

Muy buenas estas pequeñas estampas de la vida real, tan real que pasan los años (muchos) y la cosa sigue siendo igual, y uno se encuentra, después de haber convivido con algunos, tenido relacion es cortas o largas con otros, diciendo lo mismo.
Me encantó.
Creo, que como madre, mandé al mundo hombres que por suerte no entran dentro de los de María del Pilar.... saben cocinar, lavan platos, saben usar el lavarropa, hacen las compras y limpian sus cuartos. Una contribución a mejorar la especie!!!

un beso
un beso

Otras Marías dijo...

Amiga, debemos preservar a tus hijos porque realmente son, por lo que nos contás, de lo mejorcito que ha dado la especie. De todos modos, sabemos que la excepción confirma la regla, no??
Muchos besos.
Ma del Pilar.

Publicar un comentario