domingo, 30 de mayo de 2010

Amigos no perecederos


María Carolina
Nos quisimos con todo el corazón.
Vivíamos en casas lindantes y, desde la infancia, solíamos optar por juegos muy diferentes. Ella con las tacitas y todo lo que la convirtiera en una excelente anfitriona y ama de casa. Según las opciones, yo podía elegir muñecas, rompecabezas, disfraces o libros de cuentos. En la variedad está el gusto, dicen.
En la adolescencia, ella eligió al primer rubio de ojos claros que la sedujo con su pose artificial de príncipe azul, tipo película de Disney. Se llevó al más lindo del colegio. Yo, fiel a mi proceder, caía siempre en las redes de los más verseros y fabuladores, y no me decidía por ninguno. Pero siempre, ella estaba ahí, dispuesta a acompañarme y demostrándome lo distintas que éramos.
Apenas habíamos pasado el umbral de los veinte, cuando un día Daniela golpeó la puerta de casa. Escuché que preguntaba por mí. Apenas me vio largó la noticia que venía a traerme: “me caso el mes que viene”.
Ya no vivimos en casas pegadas pero la suelo cruzar. La veo venir con el changuito del súper, con los hijitos a ambos lados (rubios y carilindos como sus padres), desarreglada y sin el brillo que siempre irradió. Cuando me ve venir, ensaya su mejor sonrisa de madre de familia feliz. Y yo jamás dejo de sorprenderme ni alcanzo a comprender como pudo ser tan tonta de pensar que la vida era como jugar con las tacitas de té.


María Julia
Entré y la ví; estaba sentada en un rincón con su pantalón escocés rojo y negro; arriba tenía una remerita oscura de mangas largas y en los pies sus inconfundibles zapatillas de colores.
Con la cabeza apoyada en la pared y la mirada media perdida, daba una ojeada a los que entraban por la puerta. Aunque no aparentaba sus casi 33 años hoy, más flaca que nunca, parecía que la vida se le caía encima.
Me acerqué despacio y sólo atiné a abrazarla; no había palabra que pudiera calmar el dolor que tenía y no había forma en la que yo pudiera expresar cuanto lo sentía.
Ella, para hacerme más grato ese momento, me dijo tranquila: -Pensar que el domingo hacíamos planes para salir hoy, a conocer hombres.
Yo sólo pude sonreír y agarrarle más fuerte la mano; no me salían las palabras y el nudo que tenía en la garganta empezaba a aumentar sus dimensiones.
Quería gritar que no era justo, quería poder cargar yo con un poco de todo ese dolor, quería encontrar las palabras justas que calmaran su llanto. Pero sólo pude quedarme ahí, abrazándola y diciéndole que la quería.


María del Pilar
Pueden pasar meses sin vernos. Semanas sin contactarnos, días enteros sin saber nada uno del otro. Nuestras conversaciones en el chat son efímeras, casi frías, en las cuales yo hablo y hablo, y él solo atina a escribir si, no, ja, ups. Siempre fue monosilábico y sacarle una risa es cuestión de estado.
Cuando viene a casa de visitas pasa lo mismo. Yo le cuento vida y obra de los ex compañeros, los vecinos, los conocidos. Él me mira, a veces se sonríe, casi siempre opina distinto, pero prefiere suspirar fuerte y seguir tomando el mate, o concentrarse en el tablero de ajedrez.
Hace años que no nos abrazamos. Es más, creo que nunca lo hicimos. Es raro que nos saludemos con un beso o nos digamos cuántos nos extrañábamos.
Nuestros hijos se llevan mal. Huerto odia que Augusto escuche sus Cds cuando ella no está, y todo el tiempo le recuerda lo molesto que es. Él no le hace caso y sube el volumen al máximo.
Yo me preocupo, no quiero que se peleen, pero después entiendo que la genética es más fuerte que todo.
Cuando estoy con él, me cuestiono cómo una persona que nada tiene que ver conmigo pueda ser a la vez quien más me conozca. Soy vulnerable a su mirada, y él se da cuenta que sus ojos son capaces de convencerme para que cambie cualquiera de mis decisiones. Pero yo sé también que soy una de las mujeres que más lo ha bancado durante 30 años, que aunque se crea autosuficiente me tiene más en cuenta que a muchos, y a pesar de que nunca lo va a reconocer, yo soy su verdadera amiga del alma. Y él es, obvio, mi otro yo.


María Albertina
Alfajor mixto, nos decían. Y no nos importaba, en especial porque era cierto, una blanca, otra negra y todo el tiempo pegoteadas. Juntas, elegimos a qué secundario ir, nos aseguramos de formar parte de la misma división, y llegamos el primer día mutuamente asustadas por los nervios de la otra.
Estaba convencida de que era mi amiga del alma. El espejo en donde podría mirarme toda la vida, y esperar una respuesta sincera.
Pero algo cambió en el camino. Cinco años es demasiado cuando cada día es imprevisible. Y así fue mi adolescencia. En algún cruce de rutas, empezamos a pensar diferente, a querer diferente, a reír por cosas distintas. El cariño estaba, pero algo comenzó a faltar.
Yo me negué a creerlo, pretendí por todos los medios retomar, aceptarnos a pesar del cambio, conocerla de nuevo. Pero resulta que ella no. Nunca entendió que mis ideales fueran otros, que mis sueños habían crecido conmigo y mi objetivo ya no era sólo Bariloche, o que mi futuro no se colmaba con un marido y tres hijitos.
Cuando le avisé que me iba a estudiar, me planteó, serena: “Bueno, veo que la escuela terminó. Fue lindo. Ojalá nos volvamos a ver”.
Me dejó anclada a mitad de la vereda y se largó. Siquiera un abrazo. Mientras yo, sorprendida hasta la médula, repasaba palabra a palabra ese cierre impostado que, hasta entonces, no me atreví a pensar de forma contundente.


María Guadalupe
Cuando levanté la vista encontré sus ojos inundados de esas venitas rojas. Esas que asoman cuando uno hace mucha fuerza por tragarse la tristeza. Cerca. Estaba pálida y le temblaba la pera. Apretaba algo entre sus manos, quizá un rosario o un racimo de santos. Ni siquiera amagó a sonreírme. Sabía que semejante esfuerzo no valía la pena.
Cerca. En ese instante en que uno no piensa, ni siente otra cosa que no sea dolor, ni es capaz de registrar en la mente lo que está viviendo... en ese instante yo lo supe.
Y por eso lo recuerdo.
Ella estaba siempre cerca. Lucía mi amiga del alma.

3 comentarios:

Lilih dijo...

Son pasajeros en nuestro tren de la vida, suben y bajan en diferentes estaciones, algunos con equipaje, otros sin él. Algunos de la infancia, de salidas,compañeros de emociones, de aventuras...en fin, Amigos de la vida
Gracias por recordarnos lo importante del valor de la Amistad!, mis felicitaciones!

Anónimo dijo...

Lejos de mis afectos de la infancia me hicieron pensar en todas ellas: mis amigas. Pensé en las del colegio, en las que vivían lejos y siempre estaban en mi corazón, en aquellas que quise entrañablemente y cuyo afecto hoy es solo en recuerdo y en las que me acompañan en la vida desde entonces y para siempre.
Gracias!, me encantó pensar en ellas y volver a quererlas a la distancia-

Otras Marías dijo...

Lilih, la vida nos regala amigos en todas las etapas, y todos nos dejan su huella más allá de que, como vos decís, bajen en alguna estación. Gracias por seguir acompañándonos!
Anónimo, gracias por compartir con nosotras los recuerdos de tus afectos.
Un beso de las cinco

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