domingo, 9 de mayo de 2010

Tiempos de sexo seguro


María del Pilar
La cara de espanto de mi pobre suegra cuando, en una de esas charlas inducidas obligatoriamente al tema sexual, le comenté que Miguel no era el “primer hombre” de mi vida. Fue una de las pocas veces que discutí con ella. Pasa que Gloria en ese tema era terriblemente ancestral. No admitía las relaciones antes del matrimonio, y menos aún tratándose de la futura esposa de su creación más preciada, su hijo. Cómo si él también llegara a mi cuerpo libre de culpa y cargo. Ja.
En ese momento opté por no comentarle que hacía varios años ya que tomaba anticonceptivos, que conocía todas las marcas y los secretos de estas benditas pastillas, como así también la variedad de profilácticos que se comercializaban en aquella época. Su nuera no era de las más santas, y eso era para ella un trago difícil de asimilar.
Hoy, 16 años después, sentada junto a mi hija en la sala de espera, aguardando impaciente su primera consulta ginecológica, más que nunca recuerdo cada palabra de Gloria. Entiendo sus cuestionamientos y su visión ortodoxa, pero también sé que las cosas ya no funcionan como hace 30 años atrás.
A veces antes de negarnos a ver la realidad, lo ideal es acoplarse a ella asumiendo que los chicos crecen y que un inicio sexual responsable es lo mejor que les puede pasar. Es nuestra responsabilidad como padres, aunque a veces los miedos no nos dejen ver más allá.


María Guadalupe
Escuchame una cosita: ¿vos me hablás en serio? No, yo no te puedo creer. ¿Qué debería hacer qué? Ni loca. ¿Cómo? Y bue... así te fue. Sí claro, los buscaste a todos. A los cinco. Ajá. Pero qué divino esto de la planificación familiar. Me imagino.
O sea que la idea es que me fije si parece clara de huevo, si tiene olorcito a lavandina, si se estira como chicle. Lindo se pone el flujo al momento de la fertilidad. Sí, entiendo... esos días no. Nada de sexo. ¿Le explicaste a tu hijo que funciona así suegrita? Y no, cómo se lo ibas a decir vos... ¿También? Divino: meterse un termómetro allá bajo para tomarse el calor vaginal. Qué loco, creí que era al revés. O sea que si la cosa está que arde sí se puede. Qué ironía.
Sí, las pastillas anticonceptivas envenenan el cuerpo. ¿Y los forros? Bueno... los preservativos, si sabés de qué hablamos Rosa... Ajá, me olvidaba que la Iglesia no está de acuerdo. Cierto.
Y decime Rosita: ¿el método Billings también evita las enfermedades de transmisión sexual? ¿El sida? No... Bingo que no.
¿Que yo qué? Mirá, me importa un comino ser mujer de un solo hombre. Un comino. Y en todo caso que Dios me perdone. Así que ¿sabés que voy a hacer con tus consejos suegrita? Me los voy a meter en el mismo lugar donde vos te zampas el termómetro.


María Julia
-“¡Cómo que no tenés forro!!!” Fue la última palabra que escucho de mí.
-“¿Y vos no te cuidás con pastillas?” Fue lo último que escuche de él.
Tras la exclamación y la pregunta, sólo se vio mi mano arrojándole su ropa y luego de un silencio se escuchó el ruido que hizo la puerta cuando la abrí y con mala cara lo invité a que se fuera de mi casa.
Ya estaba cansada, era la gota que rebalsaba el vaso y lo peor: ¡era la tercer vez que me pasaba!
No sé por qué; pero parecía que había algo con mis conquistas de menos de treinta. Tenían como lema: vos cuídate, así yo disfruto más. Y con esa excusa no sólo no tenían nunca un preservativo a mano; si no que mucho peor, imponían sus ideas retrógradas y machistas de que es la mujer la que debe cargar con el trabajo de utilizar los métodos anticonceptivos.
Lo más triste es que había optado por buscar en el género opuesto, a los que les faltan unos años para llegar a los 30. Me parecían que se esforzaban más por tener una actuación impecable; sin embargo sus ignorancias alimentaban su machismo.
Así fue, que terminé la noche de un sábado, que había empezado muy bien, sola en la cama: envuelta en una frazada, con una buena taza de té, unas medialunas dulces y viendo en Cinecanal por tercera vez: Orgullo y Prejuicio.


María Albertina
Uno no piensa en esas cosas. Hasta que la idea llega prendida en la viveza de algún compañerito de escuela. Cuando la pregunta se hizo presente, mamá me engañó de tal forma que a mi orgullo no le quedaron dudas. Mis hermanas y yo nacimos porque mis papás nos desearon con todo el corazón. Punto. Final de la historia.
Por lo menos hasta los 13, tal vez 14, cuando la respuesta ya no alcanzó. Ahí vino la charla sobre sexo, con todos los condimentos metafóricos que los padres conservadores usan para no pronunciar palabras como pene.
Entendí la mitad. Alguien me prestó "De donde venimos" y me salvó del mundo de figurativos donde me habían dejado.
Con el tiempo aprendí. Entonces me pregunté cómo carajo, en la época donde el anticonceptivo no era accesible y el forro no lo compraban los hombres decentes, mis padres habían hecho para decidir tener tres, y sólo tres hijas.
La duda se me quedó atragantada entre la vergüenza y el deseo de saber. Junté coraje y le pregunté a una de las primas mayores. Dijo algo de ligadura de trompas y huyó como si me salieran arañas por la boca.
Todavía hoy, no pude hablar del tema. Pero alguna vez me voy a animar. Te amo mamá, le voy a decir, y te admiro por ser valiente y optar por una medida sin vueltas atrás. No me importa si te movió el cansancio o la economía familiar. Fué. Y yo te quiero todavía más por la osadía de actuar en una época donde planificar la vida, casi casi, que era un crimen.


María Carolina
Me enloquecí buscándola. Creí que iba a perder la última gota de razón que me quedaba y que nunca, nunca –pero nunca– iba a volver a estar en un lugar tan cercano a la locura.
Levanté y coloqué en otro lugar de mi habitación la mesa de la luz. Sólo había alguna que otra pelusa. Nada más.
Debajo de mi cama tampoco había rastros. Corrí la silla que estaba junto al escritorio y nada. Desesperada, me fui a buscar el escobillón y, al mejor estilo detector de metales, repasé toda la pieza. ¡No podía creer que no apareciera!
Si, era pequeñita, fácil de esconderse… ¡pero no podía ser que no la encontrara! Tenía una pastillita de menos de 5 milímetros de diámetro ocultos en algún lugar de mi habitación que me estaba volviendo loca.
Y es que culpa de ella, de la del día 4, tuve que salir de mi casa a medianoche en busca de alguna farmacia de turno que me provea de una nueva caja. No sé si se trató de duendes, de enanos, del azar o vaya a saber qué maldición: la cuestión es que en mi intento de desprenderla del blister, la maldita pastilla anticonceptiva se largó por el aire… y desapareció. Justo a mí, una neurótica que respeta cada día, con puntualidad suiza, el horario de toma.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me dejaron pensando mucho... Me gusta lo que escriben. Julieta

Anónimo dijo...

Nunca me pregunté como se cuidaban nuestras madres, pero sin duda lo hacían. Quizás era una buena excusa para escaparle al sexo? Tendrían una buena sexualidad? Mi madre, cuando era chica haclaba de "la porquería" o "la chanchada", sobre todo cuando trataba de inculcarme a mi las bondades de llegar vrgen al matrimonio. Creo que eso dice bastante.
Que tema, que bueno que estas cosas cambiaron.

un beso

Otras Marías dijo...

Ana, yo me acuerdo de haber escuchado a mamá decir que "fue aprendiendo de la vida" todo lo vinculado a la vida sexual.
De a pocovamos dando pasitos y algo va cambiando... no tanto cómo debería (tampoco nos engañemos).
Julie, gracias! Qué bueno que te hagamos pensar. O no?
Besos.
María Carolina

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