domingo, 15 de agosto de 2010

Piiiiiiiiip…entre la ansiedad y la decepción


María Guadalupe
A mi maridito lo conocí en una de las quermeses de fin de año del Club Avellaneda. Fue un latigazo. De esos que dejan la piel en carne viva. Como la marca con la que sellan al ganado. Así: hasta la muerte. Me enamoré digamos.
El me pidió el teléfono. Claro que en esa época nadie tenía celulares, así que memorizó el fijo de la casa de mis papás. Esperé un mes entero que llamara.
Enero fue larguísimo, sufrí como nunca el calor, extrañé el colegio, leí sin concentración un tonto libro de Danielle Steel. Y me volví adicta al *124.
Miraba tele bajito porque tenía miedo de no escuchar el teléfono. Me daba urticaria que mi mamá se colgara hablando con la tía Blanca. Cada vez que sonaba la emoción era pesada y gorda como un sapo atragantado en mi garganta. Pero lo que más me envenenaba era la voz estéril de una mujer en el contestador que siempre decía lo mismo: no hay mensajes nuevos.
Hasta que llamó no más cuando mamá hablaba con la santísima tía Blanca: dos horas para organizar un rosario por la salud del amigo del vecino de la sobrina de mi papá o algo así. *124. El dijo: Hola María…Hola... Hola. Tu-tu-tu. Son esos pocos momentos de la vida en que uno no sabe –literalmente- si reír o llorar. Lloré, claro.


María Julia
Usted tiene un nuevo mensaje, repetía la vocecita de mi contestador y efectivamente así era. La intriga me mataba, pero llevaba 10 minutos tratando de escucharlo.
Primero seguí paso a paso la indicación de la voz en off: “ingrese su clave y al finalizar oprima la tecla numeral”. Pero después de haber echo por 5ta vez lo que me indicaba la voz, seguí sin poder pasar al siguiente paso.
 “La clave ingresada es incorrecta; por favor ingrese su clave nuevamente y al finalizar oprima la tecla numeral.”
Quería gritar, había perdido toda mi racionalidad; pero me empeñé en ser yo la que ganara esta cruzada incoherente contra la tecnología. No había modo que algo tan diminuto pudiera hacerme batalla, era mi último intento, o llegaba al paso en el que ingresaba el 1 para escuchar el mensaje o tiraba el aparato a la mierda, a pesar de saber que si hacía esto último iba a terminar arrepentida.
Fue así que después de haber perdido por completo la paciencia, de estar al borde de tirar el celular al piso, después de sufrir, odiar y gritar por haber fantaseado con que era una cita que me había dejado un mensaje para salir esta noche; después de tanto pude al fin entrar al mensaje. Sólo para descubrir que éste era de mi mamá para ver si a la noche quería ir con ellos, a cenar.


María Albertina
Sería más fácil si en lugar de un pip alguien gritara ¡¡calláte de una vez!!, así por lo menos me entrarían ganas de hacerle la contra y comenzaría a hablar. Pero no, resulta que los contestadores te reciben con la computadora recordándote el número que justo, justito acabas de marcar, o peor todavía: escuchás la voz de tu amigo y cuando abrís la bocaza para saludarlo caes en la cuenta de que es la maldita máquina coreando “te comunicaste con la familia vayaasabercuanto, en este momento no estamos, por favor, deja tu mensaje y te llamaremos”.
Uno y otro recibimiento me provocan la misma reacción: cuando se supone que tengo que hablar sólo logro balbucear dos o tres incoherencias, la cara se me pone como tomate aunque nadie esté escuchando y corto la comunicación puteándome en jerigonzo, tratando de aceptar que mi incapacidad para dejar un mensaje en el contestador es tema tesis para cualquier psiquiatra.


María Carolina
Después de un día agitado, cargado de una innumerable cantidad de minuciosidades que, en el contexto, alteran la paciencia del más cauto, lo mejor que puede pasarme es volver a casa. A la paz de mi hogar. Sin nada que me impida hacer lo que tengo ganas de hacer. Léase: cambiar la ropa del mundo exterior que traigo puesta por la del mundo interior (puede ser el buzo más viejo que tengo o un vestido cómodo, según el momento), poner música agradable para mis oídos. Una vez cómoda me dedico a prender la tele tras alguna película que no voy a seguir hasta el final e intercalaré con el noticiero, cocino, leo… en fin, lo que el tiempo depare.
En medio de esa rutina, escucho los mensajes del teléfono fijo. Mi contestador cumple una función importante porque no suelo atenderlo, excepto que sepa que alguien va a llamar. El resto de los mortales puede ubicarme al celular, excepto esos días en que tampoco tengo ganas de atender.
Este viernes, agotador y caótico por demás, apreté la tecla con curiosidad: el aparatito me indicaba 25 mensajes, varios más que mi promedio diario. ¡La novela de las tres capitulada! Mi hermana María Cecilia, tras una discusión con su marido, quería saber lo justo de su accionar. Comenzaba con “Caro, me peleé con Roberto…”, y un lagrimeo. El último: “¿no que al final yo tengo razón?”. Los 23 del medio no puedo relatarlos: “después la llamo”, pensé, mientras calentaba pizza y terminaba el último capítulo del libro que estaba leyendo.


María del Pilar
Estimado cliente, su compañía telefónica informa que la línea será suspendida por tiempo indeterminado, debido a la alta morosidad que se registra en sistemas. Solicitamos además, regularice su situación dentro de los próximos 3 días hábiles, de lo contrario su nombre se verá reflejado en el sistema nacional de deudores. Lo saludamos cordialmente.
¿Tres días??!!! ¿Cómo cuernos hago juntar más de 400 pesos en 3 días??!!! Imposible. Yo lo lamento por ellos, por haberse tomado la molestia de llamar para dejar ese mensaje insulso, agradezco los saludos cordiales y que me llamen estimado cliente, pero…de este bolsillo no sale un peso para pagar un aparato que no se usa.
El teléfono fijo es historia pasada, los mensajes de texto y las llamadas en el momento al celular, desplazaron al aparatito de grandes botones y tubo ultra pesado. Así que, querida compañía telefónica, las amenazas de figurar entre los morosos, a esta altura, no me hace ni cosquillas. Procedan como corresponde, yo no escucho un mensaje más.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Marías, hace rato no comentaba pero las sigo leyendo. Me hicieron reir, porque yo nunca escucho los mensajes de mi teléfno celular. Para mí que ya la gente aprendió a darse cuenta que ¡no debe dejarme mensaje en el contestador!
Besos a las cinco.
Julieta

Anónimo dijo...

M. Guadalupe: Cuántas veces estuve como vos aferrada al teléfono!

María Julia: También como vos, esperando una posible cita y resulta que una vez que lográs escuchar era tu dulce madre para invitarte a cenar, jajja!

Chicas, los contestadores me enervan. En casa sólo te dejan mjes equivocados o de promociones, miles!!

Y en el celu, cuando me dejan un mje se graba tan bajo, que después no logro descifrar nada de nada y menos en la calle, donde estoy la mayor parte de mi tiempo.

Besos para todas y a no enloquecerse con estas máquinas, jajj!

Lady Baires

Otras Marías dijo...

Julieta, gracias por volver! Si no fuera más fuerte la tentación, yo también los dejaría de escuchar.

Lady Baires: adhiero, "a no enloquecer" por tan poca cosa, que por lo general no es importante o tiene la voz de un tipo que te quiere vender un auto o asociarte a una prepaga.

Besos.

Ma. Guadalupe.

Otras Marías dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Otras Marías dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Otras Marías dijo...

Lady Baires que feo es esperar tanto una llamada y cuando llega terminar decepcionadas.
Un beso grande
Ma. Julia

Anónimo dijo...

Si habré estado pendiente del telefono!!!! esperando un llamado que no llega... quien no lo pasó? Y en aquella época que no había celular, y no querías moverte de tu casa, no fuera a ser que justo en ese momento llamara... que perdida de tiempo, hoy, está el celu, que si no...
Igual pasa el tiempo, y uno sigue esperando llamados que no llegan. Creceremos alguna vez?

un beso

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