domingo, 1 de agosto de 2010

Comprar con bolsillos del tercer mundo


María Julia
¿Me lo compro? Mmm….Es la pregunta que me ha acompañado toda mi vida. Cuando tenía alrededor de 7 años mi mamá me preguntaba que quería: un peluche o una Barbie; y ahí empezó mi cuestionamiento sobre qué me compro.
Cuando llegué a aproximadamente los 10 año, la decisión pasaba por comprar chocolate o chupetines (estos últimos me convenían porque me daban más), ahora mi medida atravesaba una cuestión de cálculos.
Pero fue después de cumplir los 15 que empezó el martirio en mi cabeza de la interpelación a la que más respuesta le di. La pregunta constante casi siempre referida: a ropa, accesorios, carteras o zapatos; transitaba ahora por las respuestas que apaleaban a ver: el precio, la utilidad, la ocasión en que lo iba a utilizar, la calidad, la moda y etc.
Y eso sin meterme en la cuestión de haber comprado algo y unos días después verlo más barato o peor aún, ver que no me gusta como me queda.
Una pregunta tan pequeña que genero más respuestas de las imaginadas y hasta una propaganda. ¿Se acuerdan? La de la tarjeta de crédito. En fin una pregunta, mil respuestas y un problema hasta ahora que yo, generalmente, suelo no resolver.


María Albertina
Mientras cortaba la torta de cumpleaños, le recé a la pachamama. Fue una tonta forma de pedir disculpas, pero también, la única que se me ocurrió cuando evoqué la oración que supo abrumarme en otras épocas.
Confieso ante (la) Dios(a) (naturaleza), y ante vosotros hermanos (ecologistas), que he pecado en pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por su culpa, por la gran culpa que me quedó atragantada cuando le entregamos a papá, como obsequio, las alpargatas de carpincho que él tanto deseaba pero resistía de comprarse para no escuchar mi rosario de argumentos verdes.
Había prometido no arruinar el momento con cara de pocas pulgas. Apelé a una sonrisa digna de colgate y me repetí mentalmente cada uno de los silogismos conformistas que inventé mientras pagaba el regalo elegido bajo presión de mis hermanas.


María Carolina
Apenas lo vi, me sentí atraída. No puedo evitar mirarlo. Me cuesta horrores disimular, pero no puedo pasar cerca suyo sin dedicarle algunos minutos a su belleza evidente. Y bueno… No siempre me sucede, pero tengo mis momentos de debilidad. Como todas.
Esta última semana, pasé ciento de veces por delante de él. Ya hasta me está empezando a dar cierta vergüenza: creo que todos los que suelen estar a su alrededor comienzan a darse cuenta de que estoy transitando demasiado por esa vereda.
Como dije, no me pasa seguido. Esta vez caí, dejando en exposición mi costado más frágil. Lo observo con atención, pero disimulando ante los demás, y sufro como una condenada a muerte porque no sé si podré tenerlo junto a mí. ¿Existirá esa posibilidad? ¿Será que somos el uno para el otro?
No sé qué es. Pero me gusta. Me gusta tanto que tal vez mañana, cuando otra vez transite ese camino que nos separa, tome coraje y me acerque.
Me gusta. Creo que lo quiero. Y si… yo también soy débil, aunque trate de mostrarme fuerte: ese vestido negro de modal me está volviendo loca. Mañana cuando pase, meto la mano en mi cartera sin pensarlo demasiado, saco la tarjeta y me lo compro. Total, lo pago en cuotas.


María del Pilar
Una mujer separada, madre de la pre adolescente más difícil. Una mujer que en los ’90 tuvo todo lo que deseaba, pero que el nuevo siglo llegó con divorcio y austeridad. Una mujer a la que le sobra buen gusto, pero le faltan plásticos dorados. Una mujer así, entra en pánico cada vez que debe decidir entre un par de botas o pagar la cuota de Internet, o comprar make up de segunda calidad y ahorrar más de la mitad del dinero, o una de esas bases minerales que te dejan la piel de porcelana, pero el bolsillo exprimido.
Sufre cada una de mis venas y mi mente no soporta la idea de dudar entre comprar o no comprar, porque quiero todo lo que veo. Quiero las carteras que usa la Presidenta, la bijou de Mirtha, los stilletos de la Alfano y el novio de mi vecina (bueno, eso no se compra, pero si tendría todo lo anterior, sería una mujer irresistible).
Y mi ex marido sabe cuál es mi lado débil, por eso la cuota alimentaria alcanza sólo para eso: alimentos y supervivencia básica. No hay margen ni para comprarnos ropa interior digna.
“Pilar, buscate un trabajito”, me dicen las chicas del country. No es mala opción, de última sería por unos meses hasta que mis cuentas salgan del rojo. Pero no sirvo para las habilidades manuales, no sé coser, ni bordar, ni siquiera abrir la puerta para ir a jugar. Los locales comerciales no emplean mujeres mayores de 40, así que descarto esa posibilidad. Y, a menos que baile en el caño en un boliche nocturno, las oportunidades laborales escasean, así que seguiré viviendo de la lacra que nos deja el padre de Huerto por mes, descartando encantos a la fuerza.


María Guadalupe
Él es de los que no entienden que una necesita comprarse ropa. Y digo: “ne-ce-si-ta” . No estoy hablando de “querer”, ni de sumar modelitos para combinar, sino de que hay momentos, como éste, en el que uno abre el ropero y no tiene qué ponerse.
Bueno, sí, es una exageración, porque los cajones siempre explotan. El punto es: cuánto sirve de esa mezcolanza de remeras, jeans, sweaters. Poco. Obvio que no tiramos nada, porque nos da cosita, porque siempre creemos que esa camisa aguanta un uso más y van…
La cuestión es que ayer, mientras fritaba las milanesas, le dije a mi marido que me tenía que comprar una campera nueva. Y no sé -ahora que lo pienso- porqué una hace estos comentarios como si estuviera pidiendo permiso, como si no supiera lo que se viene.
- ¿Otra campera?- dijo.
- ¿Otra campera?- le respondí yo con ese tono de incredulidad tan femenino. No le hablé más pero mi cabeza hervía más que el aceite: porqué no mete sus ideas entre las perchas y mira cuántas tengo. A ver si le cae la ficha de que ésa, la negrita, tiene tres largos inviernos encima, el corderito de adentro con los pelos duros, los puños deshilachados y como si fuera poco lleva la aureola de un pucho que alguien apagó sobre mi espalda.
Así que esa misma tarde fui y me compré una nueva. El estímulo: mi indignación. El precio: 50% más caro de lo que le dije a él. El logro-gran logro: gastar sin culpa.

9 comentarios:

La candorosa dijo...

Muchas veces el comprar fue visto como "gastar", y como si esto no estuviera bien.

Por esta zona del planeta, fundamentalmente, podríamos decir que al "gasto" además, se le endilgó el sentimiento de "culpa", como parte de ciertos criterios, que por caso, no vienen a cuento, pero...
Librarse de las culpas, nos aliviana la mente.

Saludos!

Lady dijo...

Disfruto de la ropa y me enamoro de los zapatos y las carteras.

No derrocho, pero es un gusto que puedo darme y en cualquier ocasión me encanta verme con esos zapatos que tanto me gustan! Puede ser frivolidad, pero estoy convencida que la elegancia complementa la presencia y la personalidad. Complementa, nunca sustituye.

Besos

Lady dijo...

Disfruto de la ropa y me enamoro de los zapatos y las carteras.

No derrocho, pero es un gusto que puedo darme y en cualquier ocasión me encanta verme con esos zapatos que tanto me gustan! Puede ser frivolidad, pero estoy convencida que la elegancia complementa la presencia y la personalidad.

Besos

Anónimo dijo...

Ahhh cuando pasas por los negocios un día, otro y otro y al final te salís con la tuya y más cuando se trata del típico vestidito negro. Ese no se le puede negar a nadie. Y lo vas a usar un montón!
Beso para todas.
Lady Baires

Marina Judith Landau dijo...

Creo que todos tenemos deseos que nos hace bien concretar, y si ponerse un vestido nuevo nos hace sentir bien, dentro de lo posible hay que lograrlo.
Sentir que lo merecemos ayuda a la decisión, creo yo.
es cierto que a veces el bolsillo no da y hay que elegir dentro de lo que se puede...
Muy lindo post.
Saluditos.

Otras Marias dijo...

Lo cierto es que (como dice Lady) las cosas no sustituyen nada... pero darse un gusto es parte de vivir, de sentirnos bien, cómodos. Y hay que saber disfrutarlo sin culpas!!! (especialmente si es práctico, combinable y queda fantástico... son los tres argumentos que trato de respetar para decidirme con la compra).
Un abrazo M. Albertina

Ana dijo...

Cuando paso por un negocio y hay algo que me llama, entro y me lo compro, sin pensar si lo necesito o no. No me gusta ir de compras, ni mirar zapatos ni carteras, asi que cuando me pasa eso, lo aprovecho...al fin y al cabo nadie me mantiene y gasto lo que se me canta en lo que mas me gusta. Es el lado bueno de una separación!

Un beso para todas

Otras Marías dijo...

Ja ja. Me encantó como encontrás el lado bueno de las decisiones de la vida, Ana. Eso es bueno!
Un beso
María Carolina.

Blonda dijo...

Hace mucho que no disfruto de la compulsividad de la compra. Qué lindo era salir con la tarjeta a comprar lo que era lindo (aunque no sirviera demasiado). Hacer cuotitas y más cuotitas, y terminar pagando una campera con interior de polar en el próximo enero.

Ufa, quiero que vuelvan las épocas tan doradas como la tarjeta!


besos a todas las Marias.

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